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Anni Albers, una mujer de la Bauhaus

  • El Guggenheim de Bilbao celebra el talento de esta artista alemana, emigrada a los EEUU con su esposo Josef Albers, que se valió del telar y el grabado para unir en su obra lo bello y lo útil

Berlinesa de origen judío, nacida en 1899 como Annelise Else Frieda Fleischmann, Anni Albers debe su fama, en gran medida, a su tratado Del tejer, que por primera vez se edita en español y euskera y que la posicionó como la artista textil más importante del siglo XX. El libro es el principal legado de la exposición Anni Albers: tocar la vista que el Guggenheim de Bilbao ofrece hasta el 14 de enero dentro del programa de su 20 aniversario. La figura de Anni Albers, esencial para la modernidad en general y la abstracción, en particular, comienza por fin a ser reinvidicada más allá de su condición de esposa del pintor Josef Albers -el Reina Sofía le dedicó hace una década una muestra a la pareja- y prueba de ello es que la Tate Modern acaba de anunciar que en octubre de 2018 inaugurará la que será la mayor monográfica de la artista en la historia reciente.

En Bilbao, el comisario del proyecto, Manuel Cirauqui, resalta la condición pionera de Anni Albers con tanto acierto como lograra el museo vasco en su antológica sobre Niki de Saint-Phalle. La exposición atraviesa los distintos momentos creativos de la alemana-estadounidense desde que en 1922 conociera a Gropius en la Bauhaus de Weimar y dejara de soñar con ser pintora para formarse como artista textil en unos tiempos turbulentos. Aunque al principio prefería estudiar en otros talleres como el de pintura mural, pronto Anni encontró que los retos del diseño con tejidos podían satisfacer su inteligencia e imaginación. Para superar sus reticencias, fueron esenciales el estímulo de su admirado Paul Klee y de una de las pocas profesoras que había en la Bauhaus, Gunta Stölzl, que la animó a crear tapices modernos.

En 1925 Anni y Josef, que acaba de ser nombrado profesor de la escuela, se casan. Un año después las presiones políticas obligan a trasladar la Bauhaus a Dessau, donde él asume cada vez más responsabilidades. En 1931 Stölzl deja la escuela, Anni se convierte en la jefa del taller textil y un año después la institución se muda a Berlín. La presión de los nazis forzará el cierre de la Bauhaus en agosto de 1933 y en noviembre los Albers aceptan la invitación del arquitecto Philip Johnson para impartir clases en el Black Mountain College, un espacio de ideas y experimentación donde incorporó el lenguaje gráfico moderno a las prácticas tradicionales.

La muestra de Bilbao arranca con una sala que reúne obras experimentales tanto de sus años alemanes como estadounidenses. "En la Bauhaus trabajó un concepto fundamental, el prototipo, que se basa en la idea de que el artista no es un productor de objetos y de cosas únicas o exclusivas sino de formas. La escuela no perseguía el mero diseño, sino la conceptualización de formas para todos los aspectos de la vida, desde la cafetera al edificio. Lo interesante de Anni es que va a romper con el racionalismo geométrico y la ortogonalidad de la Bauhaus mediante sus dibujos preparatorios, tramas y prototipos de telas para la industria. En EEUU, en cambio, se centra en cómo la tela puede competir con el cuadro abstracto a través de sus tejidos pictóricos", indica el comisario.

El Guggenheim presenta ahora la primera colgadura que realizó para la Bauhaus junto con una alfombra diseñada expresamente en 2017 a partir del prototipo de la artista. "Así demostramos que la obra es una idea y no un objeto", subraya Cirauqui.

El matrimonio Albers, que ya en Alemania se aficionó a viajar constantemente, consideraba que uno de los alicientes del Black Mountain College era su cercanía con América Latina. De sus constantes peregrinajes al otro lado de la frontera estadounidense dan testimonio varias vitrinas que reúnen fotografías mexicanas de Josef Albers, miniaturas y antigüedades mexicanas y tapices andinos coleccionados por quien dedicó Del tejer a "mis grandes maestros, los tejedores del Perú". "Los Albers creían que la esencia de la modernidad era poner en contacto al espectador con valores intemporales y que la abstracción funcionaba como una llave para vincular las fuentes del trabajo artístico y la producción de imágenes. Anni usó siempre en ese sentido el discurso de la Bauhaus", insiste Cirauqui.

Hasta 1968 la artista produjo al telar sus celebrados cuadros o tejidos pictóricos. Luego se centró en el grabado, al que llegó por casualidad, pero del que acabó siendo una maestra heterodoxa que no dudó en usar baños de ácido, celofán, incisiones, plásticos... La música -admiraba a John Cale tanto como a los maestros barrocos- fue un motivo de inspiración para esta mujer audaz, inteligente y adelantada a su tiempo a la que le gustaba reflejar la belleza al desnudo de sus materiales y sus calidades táctiles.

En los 80, en su sexta década de trabajo, Anni Albers continuó realizando grabados y prototipos para la industria, varios de ellos comercializados aún por la firma Knoll. En su tramo final, el recorrido presenta la carpeta donde ella agrupó todos los tipos que creó a lo largo de una carrera que concluiría en 1983 con un dibujo inestable y pequeño que evoca las creaciones de Keith Haring: cuando vio que el pulso no le servía para hacer rectilíneas aprovechó el temblor de la mano para hacer estos dibujos.

Mujer tenaz, Anni Albers usó los reveses a su favor y supo dar la vuelta a todas las situaciones de su vida por difíciles que fueran. Le gustaba enseñar que el tejido antecede a la escritura, al dibujo y al grabado, que es la expresión más antigua de nuestra civilización gráfica. Enseñarnos a mirar el textil como un campo estético autónomo pero nunca como un arte menor: ésa fue su principal herencia.

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