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Cultura

El Apocalipsis, mañana

  • Anagrama publica una conferencia-monólogo de Stephen Emmott, una reflexión sobre el colapso de las condiciones de vida en todo el planeta.

Diez mil millones. Stephen Emmott. Trad. Antonio-Prometeo Moya. Anagrama. Barcelona, 2013. 208 páginas. 17 euros.

"Nunca creí que llegara a decir esto, pero me parece que la energía nuclear es la única energía existente que podría resolver el problema energético, por lo menos a corto plazo". Quien dice esto es el profesor Stephen Emmott, director de Ciencias Informáticas en Microsoft Research, y cuya conferencia/monólogo Diez mil millones, presentada el año pasado en el Royal Court Theatre de Londres, es la que se recoge en estas páginas. Como el lector ya habrá supuesto, el problema energético al que se refiere Emmott no es, únicamente, el asociado a la escasez de combustibles fósiles, sino aquel otro, de mucha mayor magnitud, originado por el crecimiento exponencial de la población mundial, que a finales de siglo probablemente haya alcanzado la cifra de los diez mil millones, desde los siete mil actuales.

Hobsbawm, en su Historia del siglo XX, no hace sino insistir en la idea de Gombrich de que el mayor problema al que se enfrenta la Humanidad es el de la superpoblación. Una superpoblación que medra vertiginosamente, y cuya expansión se debe, en buena medida, a los avances tecnológicos del XIX-XX. Entre ellos cabe enumerar la eficiencia de los cultivos, la producción en masa, los avances médicos, el uso de fertilizantes y otros factores de diverso orden que han permitido, no sólo prolongar la esperanza de vida de vastos sectores del planeta, sino la proliferación de la especie de una forma desconocida hasta ahora. Aún así, a pesar de que Emmott es compatriota de Malthus, no estamos ante un opúsculo que aboga por el malthusianismo.

El problema radica, según los datos que aporta Emmott, en aquello que Galbraith definió como La sociedad opulenta (1958), y cuya más notoria peculiaridad es un fomento desmedido del consumo: consumo de combustibles, pero también de agua, cereales, madera y otros bienes básicos, de naturaleza finita, que se hallan muy cerca de la sobreexplotación o el agotamiento. Una explotación, por otra parte, que varía radicalmente las condiciones del planeta, y que en breve modificará la forma en que se producen las cosechas y los viejos ciclos de producción y recolecta asociados, desde el Neolítico, a la rueda de las estaciones. No se trata, por tanto, de un discurso ecológico a la manera de Al Gore, justamente criticado por el profesor Lozano Leyva en El fin de la ciencia, y tampoco de un parvo ecologismo que sustituya los combustibles fósiles por las placas solares y los coches eléctricos. En palabras de Emmott, aparte su elevado coste y su notoria insuficiencia, "la producción de placas solares de nueva generación exige el empleo de elevadas cantidades de trifluoruro de nitrógeno, uno de los gases de efecto invernadero más potentes que hay en el planeta". Quiere decirse que, con los conocimientos actuales, el planeta se dirige a un drástico cambio climático, propiciado por el modo de vida actual, y no por un error de cálculo o un exceso de población.

La cuestión, la verdadera cuestión, según Emmott, es cómo reducir el desmesurado consumo de bienes de todo orden (la producción de componentes informáticos para los móviles, tabletas, portátiles, etcétera, no se halla, en absoluto, entre las industrias menos contaminantes del planeta), que agotarán en breve, y con un coste irreparable, las disponibilidades existentes. Esto no significa que la ciencia se vea incapaz de dar solución a tales asuntos. Significa, por ejemplo, que quizá no lo haga a tiempo o no en la magnitud requerida.

Nada se dice aquí, por otra parte, del desempleo y la inestabilidad social que dicho cambio produciría. Emmott, en cualquier caso, no parece un apocalíptico. Y tampoco un ecologista virgiliano. Su burla de los coches eléctricos o de los señores que escatiman en papel higiénico para preservar los bosques, responde a otro criterio. Dicho criterio es un criterio de escalas. El problema al que nos enfrentamos, según Emmott, es de escala planetaria y de naturaleza política. Sin un decidido cambio en los hábitos humanos (los vuelos baratos, al parecer, no lo son tanto en costes climáticos y ambientales), las próximas décadas vendrán caracterizadas por la escasez y un desagradable aumento de las temperaturas. Por otro lado, no es la menor de sus virtudes una exposición breve y razonada de los males que pronostica.

Diez mil millones es un libro abrumador, que se lee en una hora y se digiere, penosamente, en varios días. Si Emmott está en lo cierto, el futuro se nos presenta un tanto árido e inestable. Si Emmott no se equivoca -y uno espera que sí-, el mundo actual habrá muerto gracias a su propio e inusitado éxito.

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