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Crítica de Música

Barenboim y el desafío de Mozart

orq. west-eastern divan. Programa: Sinfonías nº 39 en Mi bemol mayor KV 543, nº 40 en Sol menor KV 550 y nº 41 en Do mayor KV 551, de W. A. Mozart. Director: Daniel Barenboim. Lugar: Teatro de la Maestranza Fecha: Jueves, 18 de agosto. Aforo: Lleno.

Daniel Barenboim se ha situado en la actualidad como uno de los más conocidos herederos vivos y activos de la tradición directorial germánica, la de la venerable figura del kapellmeister que estableció una concepción monumental y solemne del sonido orquestal. En este sentido es apreciable la traslación del Mozart diáfano, ágil y de ritmos marcados del Barenboim de hace unas décadas al actual. Como se pudo apreciar anoche, el argentino concibe el sinfonismo final de Mozart en términos de bloques sonoros, a menudo pétreos o firmes, de lentas progresiones, silencios significativos y tiempos más bien solemnes.

No es precisamente el modelo de articulación mozartiana más habitual en los últimos tiempos, basada en investigaciones sobre los modos y usos interpretativos de la época. No es ya la cuestión de los instrumentos originales o modernos, sino de la manera de entender el concepto global de esta música, más interesado en mostrar con transparencia y claridad el juego dialógico del lenguaje orquestal del genio de Salzburgo, de evidenciar las preguntas y respuestas entre secciones, la maravillosa profusión de frases que se superponen y la riqueza expresiva basada en recursos retóricos y en la diversidad de las acentuaciones y de los tempos.

Con un orgánico de tipo medio y con las dos secciones de violines enfrentadas (lo que permite apreciar mejor los diálogos entre ambas) y con la cuerda grave en el centro, equilibrando el sonido mejor que con la formación tradicional, Barenboim atacó la sinfonía nº 39 de manera excesivamente solemne en el Adagio inicial, con silencios intencionadamente alargados y con una clara carga de energía sobre el ritmo. Ya en Allegro dio la impresión de rehuir del dramatismo expresivo de los pasajes centrales y se recreó más bien en un fraseo amanerado, demasiado retórico y claramente vacío. Lo mismo que sobrevino con el Andante con moto, del que se olvidó precisamente del moto (movimiento) para recrearse en la lentitud y la parsimonia. Más equlibrado el Menuetto y al fin con variedad en los acentos y energía en los ataques el Finale.

El sentido del dramatismo expresivo despertó con la sinfonía nº 40, especialmente en su famoso primer tiempo, en el que brilló la transparencia en la concepción del sonido global que permitió distinguir y apreciar todas las pequeñas frases que tachonan este inmortal fragmento. A la ligereza del Andante le sucedió de nuevo la densidad y la excesiva solemnidad (con sforzandi exagerados) de los dos restantes tiempos. Aquí, como en el resto del programa, hay que alabar la calidad de las secciones de viento, con espléndidas trompas.

Los violines tuvieron un desliz en el ataque de la Júpiter, de nuevo inmersos en un fraseo algo pesante y con caídas de tensión. Pero en el impresionante tiempo final Barenboim recuperó su capacidad de comunicar y de brillar con la claridad de su exposición.

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