'Kooza': la odisea de la inocencia
El Circo del Sol abrirá 2020 en Sevilla
El Circo del Sol rinde homenaje a la esencia del mismo arte circense en el espectáculo que acaba de empezar en Valencia su gira española y que llegará a Sevilla, con su gran carpa amarilla y azul, a partir del 16 de enero
Valencia/Hay una posible noción de viaje de ida y vuelta en la idea de un espectáculo del Circo del Sol que rinda homenaje a la misma tradición del arte circense, fundamentalmente porque la huella que la compañía canadiense ha dejado en el género desde su fundación en 1983 ha sido mucho más que determinante, hasta transformar de hecho el circo de forma harto profunda. Kooza, el espectáculo que podrá verse en Sevilla a partir del 16 de enero bajo la carpa de la compañía (que, por cierto, ha recuperado para la ocasión el emblemático chapiteau azul y amarillo de sus inicios, lo que supondrá una novedad respecto a la consabida carpa blanca), sirve como tributo de esta forma a la misma disciplina que el Circo del Sol convirtió definitivamente en otra cosa, al cabo una maniobra necesaria en un entorno menos inclinado al asombro dada la servidumbre a la que había quedado sometida su mirada por obra y gracia de un cine saturado de efectos especiales. En relación con espectáculos anteriores como el Totem de Robert Lepage que el año pasado propició el regreso de la gran carpa al Cortijo de Torres, Kooza presenta unas hechuras más, si se quiere, discretas y desnudas, con menos trampa, menos cartón y una puesta en escena con menos caché a favor del lucimiento directo, a cara descubierta, de los diferentes números servidos, como en los viejos circos de antaño; pero cabe interpretar esta apuesta, cuidado, más como una apariencia que surte sus efectos en el propio juego de ilusiones del Circo del Sol. Es decir, quien acuda a buscar los mismos sortilegios y hazañas imposibles para despacharse a gusto con la boca abierta saldrá satisfecho a raudales, por más que ciertos pasajes del espectáculo inviten, ciertamente, a evocar a aquel otro circo que se quedó por el camino. El estreno del montaje el pasado jueves en Valencia (donde podrá verse durante las próximas semanas en el comienzo de la nueva gira española de Kooza, que seguirá por Gijón, Málaga, Madrid y Sevilla) permitió comprobar estos y otros alcances de una propuesta tan distinta y tan correspondiente a la vez con lo que se puede esperar de una maquinaria teatral tan poderosa como el Circo del Sol.
Kooza tuvo su estreno absoluto en 2007 como creación de David Shiner, quien, además de hacerse cargo de la dirección, había trabajado como clown ya en algunos de los espectáculos fundacionales del Circo del Sol. En consecuencia, el humor tiene aquí más protagonismo que en otros montajes recientes de la compañía, a través de un eficaz trío de payasos (a los que se unen un perro peludo y un inquietante poblador del subsuelo) que sirven de verdadera columna vertebral a Kooza y que a la vez rinden singular homenaje (aquí sí) a la tradición más a flor de piel del clown circense, con números alocados y descacharrantes, más proclives a la parodia y a la poca vergüenza que a las tendencias más artísticas del clown, que sí que afloran en el desarrollo de la línea argumental del espectáculo: como todas las propuestas del Circo del Sol, Kooza cuenta una historia, o lo pretende, y aquí los protagonistas son un personaje inocente ensimismado con su cometa y una especie de bromista (en claro tributo a Alicia en el País de las Maravillas) que introduce al anterior en un mundo de ilusión en el que le sirve de guía y en el que a la vez le reta continuamente (todo ambientado en una suerte de plaza en pleno carnaval). Tal y como explica Shalini Marimuthu, directora de la gira, Kooza narra “el viaje natural de la inocencia, de forma poética, a través del color y la música y sobre todo de la propia tradición del circo”; y son los payasos, con su protagonismo esencial, “los que permiten que esa conexión de la esencia circense se dé de manera más espontánea”. Desde este planteamiento, el espectáculo se resuelve de manera agridulce en la medida en que la inocencia sólo puede crecer perdiéndose; aunque siempre cabe volver al circo para recuperar la pureza del espíritu que hacen posible el asombro, la risa y la emoción.
Desde su première en 2007, Kooza ha celebrado cerca de cuatro mil funciones en más de sesenta ciudades de veintidós países de todo el mundo, con un total de siete millones y medio de espectadores. A pesar esta presunta vuelta a la esencia de un circo más artesanal, los números, como suele suceder con el Circo del Sol, son de infarto: con el espectáculo se desplaza un equipo de 122 personas de los que medio centenar son artistas de veintiséis nacionalidades distintas (incluidos tres españoles) entre acróbatas, bailarines, músicos, payasos y demás figuras. Además, el circo contrata a otros ciento cincuenta técnicos en cada una de las ciudades que visita. La compañía emplea 95 contenedores para desplazar las cerca de mil toneladas que pesa el equipo, incluidas 3.500 piezas de vestuario en continua supervisión (en cada función se emplean 1.200). La carpa se eleva sobre una superficie de 17.000 metros cuadrados, pero se trata sólo de la joya de la corona: hacen falta entre siete y diez días para completar la instalación y entre dos y tres para desmontarla. Los cocineros preparan entre doscientos cincuenta y trescientos menús diarios, con dietas bien específicas para los artistas. Y otro dato curioso: cada uno de los cincuenta artistas que comparecen en escena es responsable de su propio maquillaje, una tarea en la que pueden invertir hasta noventa minutos antes de cada función. Tal y como explica Jamie Lindenburg, asistente en la dirección artística (tarea que desempeña después de una experiencia de más de una década como cantante en el Circo del Sol), para coordinar un colectivo tan diverso en cuanto a orígenes, códigos culturales y dedicación “hace falta mucha mano izquierda, mucha capacidad de gestión. Sin embargo, en Kooza funcionamos ya como una gran familia, con nuestro tío, nuestra abuela, nuestro primo, nuestro padre y nuestra madre”. Eso sí, en la gira viajan además unos treinta familiares de los artistas, cifra que se multiplica en la primera función de cada ciudad con tal de que los mismos se sientan más arropados en los estrenos.
Más allá de los clowns, Kooza ofrece todos los ingredientes habituales del Circo del Sol en cuanto a acrobacias imposibles y números de vértigo, si bien la adscripción a la tradición circense subraya en muchas ocasiones la impresión de riesgo, de exposición al peligro por parte de los artistas. Dos momentos resultan especialmente impactantes a la hora de cortar la respiración: el número de equilibrismo con dos cuerdas a una altura imposible y con cinco funambulistas en acción (entre ellos el dúo español de los hermanos Quirós; el tercer español en liza en Kooza es el clown Miguel Berlanga); y la atroz Rueda de la muerte, un columpio despiadado que reta a las leyes fundamentales de la física y en el que los dos artífices, colombiano uno, ecuatoriano el otro, dejan sin remedio la certeza de que se juegan la vida y salen airosos de manera inexplicable. Además, dos jóvenes contorsionistas de Mongolia hacen gala de su anatomía extraterrestre, un acróbata chino borda lo imposible subido a una torre de sillas y toda una familia de artistas rusos, moldavos, mongoles y bielorrusos recuperan la semilla del circo de toda la vida con sus zancos y sus trampolines. No faltan cabriolas tremendas en monociclo, bailes de esqueletos, acrobacias con aros ni la espectacular puesta en escena de los Charivari. Todo servido con una iluminación de órdago, una hermosa música de inspiración oriental interpretada en directo por una banda multirracial de fábula y todo lo que puede acontecer bajo la marca Circo del Sol. Ante semejante aluvión, la vuelta a la tradición, entendida como artesanía, también forma parte de la estricta ilusión. Aunque resulta difícil, en todo caso, permanecer inmune a la invocación del asombro.
Explica además Jamie Lindenburg que lo más difícil de dirigir un espectáculo como Kooza es “la aportación de confianza y seguridad a los artistas, especialmente en los números más difíciles. Los artistas se juegan mucho cuando salen a escena, incluida su integridad física. Pero por mucho que tengas el corazón en un puño mientras actúan, tienes que transmitirles toda la serenidad que puedas. Eso sí, yo también he sido artista en el escenario antes de dar el paso atrás, y poder formar parte del Circo del Sol de las dos maneras es una experiencia sin mucho parangón”. Apunta además el ayudante de dirección que el espectáculo “ha evolucionado bastante, como es natural, desde su estreno; pero precisamente nuestra responsabilidad es que lo que el espectador encuentra hoy permanezca fiel a esa idea de vuelta a la tradición del circo que entraña Kooza. Por eso creo que este espectáculo encaja muy bien con el espíritu español: está muy pegado a la tradición pero al mismo tiempo es capaz de progresar mucho”. Conviene admitir sin embargo que el Circo del Sol, convertido ya un referente decisivo de las artes escénicas de todo el mundo, encarna ya una verdadera tradición en sí mismo a la hora de ser, habitar y construir el escenario. El asombro sigue resistiendo, intacto y absoluto, a pesar de todo.
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