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El Cascanueces | Crítica de Danza

'El Cascanueces' o el ascenso de la danza clásica

Clara y el Cascanueces llegan al Reino de las Nieves al final del primer acto.

Clara y el Cascanueces llegan al Reino de las Nieves al final del primer acto. / Alba Muriel

Produce una gran alegría ver cómo una compañía española, pública eso sí, inaugura de nuevo el año teatral del Maestranza con otro ballet clásico. Especialmente cuando sabemos que la presencia de la danza clásica en España sigue siendo prácticamente anecdótica.

El mérito ha sido de José Carlos Martínez, que en los ocho años que ha estado al frente de la Compañía Nacional de Danza –en 2019 le ha pasado el testigo a otro gran bailarín y coreógrafo como es Joaquín de Luz–, ha logrado que un elenco nada acostumbrado a este género afronte dos ballets completos: Don Quijote, que se presentó en enero de 2018 en este mismo teatro, y El cascanueces, uno de los tres ballets más populares compuestos por Chaikovsky, junto a La bella durmiente y El lago de los cisnes.

Con la Ross en el foso, como está mandado, y un teatro a rebosar, la CND nos ofreció una historia muy fiel a la original de Petipa, basada en un relato de E.T.A. Hoffmann, salvo por el hecho de que Martínez ha trasladado la acción a principios del siglo XX y ha realizado una coreografía muy fresca y sencilla, a la medida del joven elenco de la compañía. También se aleja de las versiones más edulcoradas para, siguiendo la más compleja de Nureyev (que él tuvo ocasión de bailar en la Ópera de París), introducir algunos guiños a la inquietante versión original de Hoffmann, sobre todo en cuanto al personaje del mago Drosselmayer se refiere.

El ejército de soldaditos a las órdenes de Cascanueces El ejército de soldaditos a las órdenes de Cascanueces

El ejército de soldaditos a las órdenes de Cascanueces / Alba Muriel

Este personaje en efecto, padrino de Clara, la niña protagonista, es quien le regala el cascanueces con forma de soldadito en la fiesta navideña de su familia de la alta burguesía. A medianoche, el cascanueces cobrará vida para defender a la niña del ataque de los ratones y, en el segundo acto, la acompañará al Reino de los Sueños, donde serán recibidos por el Hada de Azúcar y el Príncipe Coqueluche y asistirán a las danzas de las delegaciones de España, China, Rusia y Arabia. En este acto, la dramaturgia, casi inexistente, cede el protagonismo a la música brillante de Chaikovsky, magníficamente interpretada por la Ross.

Al buen gusto de la composición coreográfica se unió en el Maestranza la brillantez musical de la Ross

El primer acto, el más teatral, está planteada con esmero y maravillosamente resuelto. Con una composición hecha de grandes bolas de Navidad al fondo, familia, invitados, niños y danzas se van sucediendo con un gusto exquisito en la composición. Los niños del Conservatorio de Danza de Sevilla parece que hubieran estado siempre en el escenario y las sorpresas se suceden, especialmente cuando Drosselmayer realiza sus trucos de magia y saca de una caja a unos muñecos –un arlequín y una deliciosa colombina– que nos recuerdan a Coppelia, otro de los extraños relatos de Hoffmann.

Con la llegada al Reino de las Nieves, con un conjunto de ensueño de tutús blancos como copos de nieve, comienzan unas escenas corales que seguirán en el segundo acto, en el sReino de los Sueño, con el célebre y encantador Vals de las Flores y con las danzas de carácter de los distintos países. Todas las escenas están bien bailadas. La madrileña Cristina Casa, con unas puntas estupendas, compone una encantadora Clara, siempre bien acompañada por un jovencísimo (apenas 21 años) Ángel García Molinero. Y también brillan la delicada Haruhi Otani como Hada de Azúcar y el italiano Alessandro Riga, con unos estupendos saltos, en el papel de Príncipe Coqueluche.

Está claro, sin embargo, que el elenco no alcanza en las escenas corales ese empaste, esa emocionante conjunción milimétrica que logran a veces las grandes compañías de corte exclusivamente clásico. Pero eso no puede pedírsele a la CND ni a ninguna otra que tenga un elenco mixto y un repertorio en el que se alterna el clásico con la danza contemporánea y neoclásica.

Además de la música y la composición coreográfica, hay que destacar el precioso vestuario de Iñanqui Cobos, tanto en los trajes de época como en los delicados tutús, y la iluminación de Olga García. Unas luces que, sobre todo en el segundo acto, muy austero en cuanto a decorado, construyen por sí solas las distintas atmosferas.

El público disfrutó enormemente de la velada y aplaudió a rabiar.

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