Muere Concha Velasco

Concha Velasco. El drama le dio prestigio, la comedia la convirtió en el icono una época

En un fotograma de 'Las chicas de la Cruz Roja' con sus compañeras de reparto.

En un fotograma de 'Las chicas de la Cruz Roja' con sus compañeras de reparto.

Muchos medios han titulado la noticia de la muerte de Concha Velasco aludiendo a la chica yeyé. ¿Es hacer de menos a tan gran actriz de cine, teatro y televisión? No. Ser una gran actriz es importante. Ser una estrella es quizás más importante. Pero pocas buenas actrices y solo algunas estrellas logran ser un icono con la capacidad de representar los sueños y aspiraciones de un tiempo. Y esto es lo que fue la Conchita Velasco de las comedias que rodó sobre todo entre 1958 y 1965.

En cine fue -y es y será porque las películas viven para siempre- la gran trágica que interpretó la Paula de La paz empieza nunca (Klimovsky, 1960), la Antonia de El indulto (Sáenz de Heredia, 1961), la Rosalía de Tormento (Olea, 1974), la Paca de Pim, pam, pum…¡fuego! (Olea, 1975), la Mercedes de Las largas vacaciones del 36 (Camino, 1976), la Purita de La colmena (Camus, 1982), la Pastora de Esquilache (Molina, 1989), la Inés de Los pasos perdidos (Rodríguez, 2001) o la abuela Ana de Mañana y siempre (Martínez Velasco, 2018).

En televisión fue -y también es y será- la Teresa de Jesús, para mí su mejor y más difícil interpretación, de Josefina Molina (1984), además de la intérprete de los episodios Di lo que estás pensando (1966) y Virgo (1971) de las series de Jaime de Armiñán Tiempo y hora y Las doce caras de Eva, de la serie de Ricardo Franco Yo, una mujer (1996), de Don Juan Tenorio (1966) y Las brujas de Salem (1973) en Estudio Uno o de la versión española -junto a Alicia Hermida, Lola Herrera y Carmen Maura- de Las chicas de oro (2010).

En teatro fue -en este caso hay que decirlo solo en pasado: es la grandeza y el límite del presente absoluto del teatro- la Inés de Don Juan Tenorio (1964), la Verónica de Llegada de los dioses de Buero Vallejo (1974), la Olalla de La cítara colgada de los árboles de Gala (1974), la Palmira de Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipcíaca de Martín Recuerda (1977), la Filomena de Filomena Marturana de De Filippo (1979), la Concha de Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? de Marsillach (1981), la Serafina de La rosa tatuada de Williams (1997) o la impresionante Hécuba de Eurípides –“es el papel más importante de mi vida”, dijo- en la versión de Juan Mayorga (2013-2014).

En la revista y el musical fue -y una vez más se impone el presente absoluto del teatro- la estrella de Mamá quiero ser artista (1986), Carmen, Carmen (1988), Hello Dolly (2001) o Concha. Yo lo que quiero es bailar (2011-2012).

Todo esto y mucho más -presentadora y estrella invitada de programas de televisión- fue Concha Velasco, la gran actriz y cantante fallecida a los 84 años. Y estas grandes interpretaciones le valieron y le valdrán para siempre un lugar destacadísimo en la historia del cine, la televisión y el teatro. Pero hay que añadir que grandes actrices ha habido muchas y Conchita Velasco, solo una. El mito de esta actriz estará para siempre ligado a las comedias predesarrollistas y desarrollistas que interpretó entre 1958 y 1965, de Muchachas en vacaciones (Elorrieta) y Las chicas de la Cruz Roja (Salvia) a Historias de la televisión (Saénz de Heredia). Si se quiere decir con canciones, las que van del Algueró de la canción Las chicas de la Cruz Roja que cantaba Ana María Parra al de La chica yeyé que interpretó la Velasco y para siempre fue su identificación musical.

Entre esas tres películas están El día de los enamorados (Palacios, 1959), Los tramposos (Lazaga, 1959), Crimen para recién casados (Ramírez, 1960), Amor bajo cero (Blasco, 1960), Mi noche de bodas (Demicheli, 1961), Festival en Benidorm (Salvia, 1961), Martes y trece, Trampa para Catalina y Sabían demasiado (Lazaga, 1961 y 1962), La boda era a las doce (Salvador, 1964) e Historias de la televisión (Sáenz de Heredia, 1965). A las que, ya en pleno desarrollismo, se podrían sumar las seis comedias que interpretó con Manolo Escobar entre 1967 y 1971: Pero… ¿en qué país vivimos?, Relaciones casi públicas, Juicio de faldas, En un lugar de la manga y Me debes un muerto.

Nadie representó como ella la versión española de la aspiración al bienestar y la modernidad

Nadie representó como ella la versión española de la aspiración al bienestar y la modernidad como se soñaban viendo las películas americanas. En una escena de Calle Mayor (Bardem, 1956), Betsy Blair contempla un escaparate en el que se muestra una cocina moderna y le dice a José Suárez, su cínico engañador, que quiere una así, “como las que salen en las películas americanas”. Icono de un bienestar y una felicidad americanas que aún solo podía soñarse fue, a ritmo de canciones de Algueró, la Conchita Velasco de sus películas de entre 1958 y 1965, es decir, de entre el Plan de Estabilización y el Primer Plan de Desarrollo, con los prólogos de los Pactos de Madrid de 1953 –“americanos, os recibimos con alegría”- y la visita de Eisenhower en 1959. La imagen de esa voluntad de dejar atrás las hambrunas de años 40 y las estrecheces de los 50, de alcanzar un mínimo confort que hasta los años 60 no tomaría las formas de los electrodomésticos, los nuevos pisos de extrarradio (recuerden El verdugo de Berlanga, 1963) y el 600, no tiene mejor testimonio que aquellas películas en las que el público soñaba a la española -más próximo aunque aún inalcanzable- lo que soñaba viendo las películas americanas, aproximadas a nosotros por las primeras versiones italianas del sueño americano como Domenica d’agosto o Le ragazze di Piazza di Spagna de Emmer (1950 y 1952) que Dibildos empezó a importar a España con Viaje de novios (Klimovsky, 1956) y Muchachas de azul (Lazaga, 1957) justo antes de que empezara el gran ciclo de Conchita Velasco. Su escena definitoria, sin lugar a dudas, son las imágenes de ella, Katia Loriz, Mabel Karr y Luz Márquez recorriendo en Las chicas de la Cruz Roja el Madrid moderno -siempre tenían que aparecer la Torre de Madrid y el Edificio España de los Otamendi, inaugurados entre 1953 y 1959- en un coche descapotable cantando “primavera en la solapa, / primavera en el jardín, / y primavera en el cielo / del corazón de Madrid”. Y uno de sus himnos fue La chica yeyé que cantó Conchita en Historias de la televisión en 1965.

Otras interpretaciones en cine, televisión y teatro hicieron su prestigio. Estas otras la convirtieron en el icono de una conmovedora aspiración, tras tantas privaciones y estrecheces, tras tanto sufrimiento, a una felicidad y un bienestar que solo se soñaba en las películas americanas. Como si el brillante prólogo de Cómo casarse con un millonario (Negulesco 1953) que presentaba un Nueva York “de película” se escenificara entre la Plaza de España y la Gran Vía de Madrid. 

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