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Perfil
Concha Velasco deja tras de sí una trayectoria impresionante en el mundo del espectáculo, siete décadas durante las cuales pasó de Conchita a Concha hasta recalar en Doña Concha, uno de los rostros más populares, prolíficos y queridos de la escena española en toda su historia. La mujer que convirtió en éxito aquello que tocaba, la artista que rompía moldes a cada paso fue primero bailarina y cantante antes de desembocar en actriz de cine, teatro y televisión, facetas a las que también unió las de presentadora y productora escénica.
Inclasificable por poliédrica, rebelde como algunos de los personajes que interpretó, inconformista para probarse en cualquier disciplina e innovadora para no perder sitio, tan solo la salud y la edad condicionaron la vitalidad de una actriz irrepetible, como acredita su densa biografía. Desde su debut en la gran pantalla en La reina mora (1955), con apenas quince años, participó en cerca de un centenar de filmes a los que sumó una veintena de series televisivas, más de treinta obras de teatro y la grabación de una decena de discos.
No se acomodó, arriesgó en cada rodaje dentro de una versatilidad de la que habla la disparidad de personajes que interpretó durante siete decenios en películas como Las chicas de la Cruz Roja (1958); "Historias de la tele" (1965); Una muchachita de Valladolid (1973); La Colmena (1982); París-Tombuctú (1999); "El oro de Moscú" (2002); "Flow" (2014); y "Malasaña, 32" (2020). Chica ye-yé, chulapa, prostituta, mística, novia ejemplar, esposa modelo, mujer fatal, moderna, progresista... abordó una inmensa variedad de registros a las órdenes de directores de diferentes generaciones como José Luis Saenz de Heredia, Pedro Lazaga, Pedro Olea, Josefina Molina, Luis García Berlanga, Mario Camus y Jaime de Armiñán junto a Tony Leblanc, Manolo Escobar y Alfredo Landa como los actores con quienes más veces coincidió. Inquieta e inconformista, Concha Velasco tocó todos los palos, desde la danza clásica y la ópera hasta el flamenco como bailarina en la compañía de Manolo Caracol y la revista musical, a la que llegó de la mano de Celia Gámez en calidad de vicetiple, fruto todo ello de su vocación, pero también de la austeridad y disciplina tanto en la formación como en el trabajo. Nacida en Valladolid el 29 de noviembre de 1939, vivió su infancia en el Sahara, destino militar de su padre, un comandante de Caballería.
Tras su retorno a la península estudió danza clásica y española en Madrid y subió por primera vez a un escenario en 1954, en el Teatro de la Zarzuela con la revista Bienvenido, Mister Dollar. La chica del lunar en la mejilla también alcanzó la excelencia en el teatro, principalmente con José Carlos Plaza en espectáculos como Hécuba (2013) y Hello Dolly (2001), también en la comedia musical con títulos como Mamá quiero ser artista (1986), dirigida por Ángel Fernández Montesinos, y fue predilecta de Gala en los montajes de La truhana (1992) y Carmen, Carmen (1988). La indeleble vocación e ilusión han sido determinantes para tan longeva trayectoria artística, las mismas que casi octogenaria no le impedían levantarse de madrugada para estudiar papeles, "con buena memoria pero mala salud", según explicó hace años en una entrevista con la Agencia Efe. En 2018, fruto de la edad, el cansancio y las secuelas de una grave enfermedad superada años antes, insinuó una retirada profesional al término de la gira teatral que ese mismo año emprendió con la obra El funeral, dirigida por su hijo Manuel Marsó Velasco, pero siguió con rodajes y su participación en series televisivas.
Su incuestionable popularidad ha tenido un fiel reflejo en la abrumadora nómina de distinciones y galardones de diversos ámbitos que recibió como el Premio Nacional de Teatro hasta en dos ocasiones (1976 y 2016), la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio (2016), un Goya de Honor (2012), la Medalla al Mérito en el Trabajo (2009) y la Medalla de Oro de Madrid (2018), su otra ciudad de referencia. A todos esos reconocimientos unió el afecto y la consideración de sus paisanos en Valladolid con la Medalla de Oro de la Ciudad (2018), la dedicatoria de una calle (2015), la Espiga de Oro de la Semana Internacional de Cine (2013), su nombre en un auditorio (2011), una placa en el Teatro Calderón del que fue embajadora (2001) y, a escala autonómica, el Premio Castilla y León de las Artes (2013).
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