Israel Galván | Crítica

Un clásico sevillano

Galván en un instante de 'La consagración de la primavera'

Galván en un instante de 'La consagración de la primavera' / Teatro Central

Galván es un clásico y un tópico sevillano. Su nueva propuesta es una obra para inteligentes. Inteligentes de Londres, o mejor, de París. De hace 100 años. Que pueblan el universo mundo, como vimos en el Teatro Central. Gente despierta. Que lo ovaciona y le llama "genio". "No sea pesimista", dicen que respondió Jorge Luis Borges ante un jaleo similar, "maestro, es usted inmortal". En un tiempo en el que lo inmortal tenía un valor y había algunos ingenuos que creían en ello. No había ningún ingenuo en el Teatro Central. Galván profundiza en su discurso desde hace 25 años. Pero logró, o sufrió, ya hace algunos, convertirse en un clásico sevillano, un tópico universal. Como Carmen, como don Juan. El público se miraba satisfecho, autosatisfecho. Es el público más conservador que existe, precisamente porque se creen radicales. Cuando Paul Valery dijo que todo cambia en este mundo menos la vanguardia a lo mejor se refería a este público. Su baile es hoy más femenino. En ese sentido podemos decir que va con los tiempos, ya que Israel Galván ha sido uno de los creadores de este tiempo flamenco. El gran creador de este tiempo flamenco. Y no hablo del vestuario, ya que el vestuario simplemente acompaña a la técnica. Una técnica igual de barroca y más redonda, menos afilada. Más femenina. Con el mismo oído absoluto. El mismo discurso que, tras unos años jugándose la vida, se alojó en las mentes de los despiertos, esa élite. Un grupo satisfecho de saberse en la cumbre, aunque no sepa dónde está ni lo que es. Ello significa una renuncia, pero no va a estar uno jugándose la vida toda la vida. Ya nadie se queda con la boca abierta, sin palabras. Todo el mundo sabe lo que decir. "Genio", por ejemplo. "Genial". Trabajando con los timbres de una percusión de bóveda, apocalíptica, de capilla. Pomposa. En el aire, con el colchón hinchable arrullando nuestros sueños. En la tierra, la arena, apretando los dientes. En el fuego, el metal, los platillos. En el agua de las maderas, grandes, diminutas, afiladas, abovedadas, adocenadas. El vestuario es solo un acompañamiento de la técnica. Él ha marcado este tiempo flamenco. Es su propio padre, su propio hijo. Se ha parido a sí mismo. Jamás podremos estar lo suficientemente agradecidos.

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