Constantinople & Ocnos & Ángeles Núñez & Alberto Carretero | Crítica

Reconectar lo que estuvo junto

Constantinople, Ángeles Núñez y Proyecto Ocnos en el Salón de los Tapices del Alcázar.

Constantinople, Ángeles Núñez y Proyecto Ocnos en el Salón de los Tapices del Alcázar. / Lolo Vasco (FeMÀS)

Toda música (toda cultura) es mestiza, de modo que cuando se emprende un trabajo de fusión (llamésmolo así por conveniencia de la costumbre) lo importante es encontrar las bases comunes de lo que se pretende fundir y a partir de ahí dialogar en torno a las distancias que el tiempo y sus avatares crearon. Hay veces que estos trabajos se limitan a yuxtaponer realidades diferentes. Mucho más difícil es asumir el lugar del otro, integrarse en sus maneras de hacer para buscar juntos una dialéctica que puede, pero no tiene por qué llevar necesariamente a la concordia entre contrarios: de las cosas diferentes que chocan entre sí también se aprende. Detrás de este trabajo que presentó como gran producción propia el Femás de este año hay un intento serio de hacer esto último.

El proyecto se beneficiaba de una cabeza rectora, la de Alberto Carretero, que hizo el planteamiento global, buscando las resonancias de su música (y más en concreto la de su ópera La bella Susona, estrenada el día antes en el Maestranza) en la España del siglo XV; pero también de la presencia de Constantinople, un conjunto canadiense que está muy acostumbrado a trabajar desde las encrucijadas, con músicos que conocen tan bien las tradiciones occidentales como las orientales; de Proyecto Ocnos, que forman dos músicos sevillanos de una extraordinaria polivalencia entre vanguardia, músicas clásicas y populares; y por supuesto de Ángeles Núñez, una voz criada entre cantos sefarditas y andalusíes.

Los mimbres eran pues muy adecuados y el planteamiento, razonable, aunque quizás algo monótono: no habría estado mal barajar las distintas opciones dentro de cada uno de los cuatro bloques en que se estructuró el programa, todos empezaban por una pieza sefardí, seguían por una de tradición cristiana, se acercaban luego al mundo árabo-andalusí (así se anunció, aunque en realidad Tabassian viene del mundo persa y de sus músicas) y terminaban en una creación de estreno de Carretero. La variedad vino de la interpretación, con soluciones diferentes y acompañamientos diversos, con el setar y el kanun persas (el primero, una especie de laúd de cuatro cuerdas y mástil largo; un tipo de salterio, el segundo)  adentrándose en el Cancionero de la Colombina o las músicas de Anchieta y Encina y los clarinetes y las guitarras penetrando en el terreno de la música oriental, comentando y glosando textos sufíes.

Excepto por las piezas orientales que cantó Tabassian, la presencia de Ángeles Núñez fue casi continua. Seguramente ha sido este el mayor reto de la aún corta carrera de la cantante alcalareña, que bordó absolutamente aquello que domina a la perfección (el Nani, nani, acompañada sólo por el setar, resultó emocionante, antológico). Sobreponiéndose a una afección catarral (alguna tos que otra se le escapó durante la función), Núñez mostró la belleza y franqueza de una voz que tiene lo que no se aprende: la espontaneidad en el fraseo, esa manera de decir sin imposturas, clara, con una flexibilidad natural, que nace del deseo íntimo de comunicar el sentido de un texto de forma personal. Las piezas cristianas (en realidad originalmente canciones a 3 voces) las llevó a su terreno y las resolvió sin alharacas, pero con soltura. Lo más sorprendente fue su trabajo sobre la música de Carretero, algo absolutamente ajeno a lo que había hecho hasta ahora. La obra del compositor sevillano incluye en efecto una parte vocal que se une a los instrumentos y la electrónica y que va creciendo en exigencias. Las dos primeras secciones son vocalizaciones lentas de tesitura muy grave, en la que la cantante no se sintió del todo cómoda, pero salvó con solvencia. Luego la cosa se complica, por las agilidades, las disminuciones y algún ascenso al registro sobreagudo que defendió, pese a algunos roces, de manera admirable.

Casi tan presente como la voz de Núñez estuvo el virtuosístico setar de Tabassian, que junto al kanun de Başar, lo impregnó prácticamente todo de un típico color orientalista, si bien su integración en la música insinuante de Carretero, rugosa aunque casi nunca agresiva, rica en diversas capas de texturas, resultó igualmente formidable. En la búsqueda de los contrastes, las percusiones de Patrick Graham ayudaron a crear los climas más inquietantes, conectando especialmente con la ópera, tanto como el clarinete bajo de Gustavo Domínguez reforzó los bajos con secuencias de notas tenidas cargados de misterio y de oscuras resonancias, mientras las guitarras de Pedro Rojas (sobre todo, la eléctrica) pusieron otras notas singulares de color. Todos ellos tuvieron la ocasión de lucirse por separado en el último número, que Carretero hizo esencialmente rítmico, cargado de swing, por lo que el espectáculo se cerró casi en forma de jam session.

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