Dúo Scarbó | Crítica

En las alas excitantes del ritmo

Cristina Lucio-Villegas y Laura Sánchez, el Dúo Scarbó en el Alcázar

Cristina Lucio-Villegas y Laura Sánchez, el Dúo Scarbó en el Alcázar / Actidea

Laura Sánchez fundó el Dúo Scarbó con Elena Hammel en 1999. El grupo se disolvió en 2011, pero en 2018, Sánchez convenció a Cristina Lucio-Villegas para reflotarlo, y desde entonces trabajan juntas. Al Alcázar trajeron un programa que formaba parte del ciclo que se le ha dedicado este año a Ástor Piazzolla por el centenario de su nacimiento, un programa bien anclado en obras del propio Piazzolla y de tres músicos con quienes su relación fue, por diversos motivos, intensa: Gardel, Gershwin y Stravinski.

Junto a la bien conocida Historia del tango, que cerró el recital, del argentino se ofrecieron dos auténticos hits, que sobrepasan incluso el mundo ya de por sí fronterizo entre el jazz, el tango y la música clásica de su autor: Adiós, Nonino y Libertango, obras populares y mil veces versionadas por artistas de cualquier ámbito. Un conocido tango de Gardel, los tres Preludios de 1926 de Gershwin y dos números de la Petrushka de Stravinski completaron un programa que, salvo las piezas de Stravinski, reducidas al piano por el propio compositor, estaba formado por arreglos de distintos autores, algo muy habitual cuando se trata de Piazzolla, por cierto. Su música admite mil transcripciones, que el propio compositor hacía constantemente para adaptarla a las posibilidades escénicas con las que contara en cada ocasión.

El ritmo se alzó como el gran protagonista del recital, ya desde el Por una cabeza de Gardel, en el que en cualquier caso brilló la limpieza de la línea melódica y la fuerza de los contrastes. Fue también una constante. Con Lucio-Villegas en los graves, sosteniendo por ello a menudo desde el bajo la parte más cantable de las obras, que tocó a su compañera (no siempre, obviamente: uno de los momentos de más intenso lirismo fue por ejemplo la primera aparición del famoso tema del Libertango, que lo hizo en la mano derecha de Lucio-Villegas desde el registro medio del instrumento), las dos mujeres se esforzaron en hacer compatibles la claridad con un trabajo muy matizado sobre las dinámicas, y en general lo consiguieron.

El tempo y el fraseo jugaron su papel de forma muy especial en un Adiós, Nonino de un rubato muy marcado o en el balanceante segundo preludio de Gershwin, apoyado en un bajo casi en ostinato. Las síncopas jazzísticas de estos preludios dirigieron ya la atención hacia la componente rítmica, que se hizo verdaderamente hipnótica en Stravinski. El Scarbó logró una interpretación modélica, impetuosa, efusiva, excitante, de una pieza de extrema complejidad, que además exige una compenetración física muy ajustada para no trabarse en los abundantes cruces de mano que exige la música. Una visión si se quiere apolínea por la brillantez, de enorme limpieza, con una componente percutiva magníficamente atrapada, pero permitiendo a la vez que los temas melódicos, tan imbricados por Stravinski aquí, encontraran su espacio para volar cuando lo necesitaban en medio del estruendo rítmico. Delirante y a la vez delicioso.

Después de esa cima, la Historia del tango se vivió en cierta medida como un bajón. La interpretación fue desde luego otra vez escrupulosa, con números bien contrastados (el tiempo lento quizás más plano que las otras piezas expresivas del programa) y esa fuerza nacida del ritmo y del timbre que llenó toda la noche, pero lo mejor había pasado ya.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios