Ensemble Phoenix Munich | Crítica

De glorias, pasiones y ruinas

Emma Kirkby y Joel Frederiksen en su concierto del Espacio Turina

Emma Kirkby y Joel Frederiksen en su concierto del Espacio Turina / David Vico

Emma Kirkby es uno de los mitos vivientes de la música antigua. Para varias generaciones de melómanos iniciados en los años 70 y 80 del siglo pasado en las nuevas maneras de interpretación históricamente informada, Kirkby representa el momento del deslumbramiento, el del hallazgo de unas emociones estéticas que luego no hicieron sino crecer. En su voz limpia, pura, brillante, en su refinada musicalidad, muchos descubrieron las pasiones latentes en Dowland y los isabelinos, Purcell, Haendel e incluso en madrigalistas italianos que en su estilo parecían más cercanos, más asequibles y humanos.

Pero el tiempo pasa. Y es implacable. Las pasiones se sosiegan, la razón se asienta y el cuerpo se desgasta. La voz de Kirkby es hoy una sombra de lo que fue. Aún clara, pero ya sin brillo, destemplada en el agudo (que evita transportando alguna pieza cuando puede), inapreciable en el grave, sufriendo en cada salto, en cada ascenso. Subsiste la inmensa cantante que hay detrás, buscando la expresión en los pasajes declamados, apoyándose en frases muy concretas en la que se vislumbra aún lo que siempre movió su arte, la naturalidad, la exquisitez, casi la inocencia.

Joel Frederiksen cantó con flexibilidad, sostenido por unos graves poderosos y afectivos, pero con irregularidades en la emisión y en la zona aguda. Acompañamiento de serena discreción.

Termino glosando al tiempo y sus atropellos con lo de aquel crítico que descubrió a Callas en sus decadentes años 60: “La voz de esta mujer es una ruina, pero ¡qué belleza de ruina!”.

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