"Experimentar el perdón, como el odio, nos modifica por completo"
El madrileño Andrés Barba ha encontrado en aguas aparentemente plácidas un venero de materiales turbulentos. Sus recientes miradas a la adolescencia (Agosto, octubre) y la infancia (Las manos pequeñas) contienen escenas trufadas de violencia y un lenguaje depurado de radical belleza que consolida su posición entre los mejores escritores jóvenes en español, como también reconoce la revista Granta al incluirlo en su controvertida lista.
-Agosto, octubre (Anagrama) es una novela sobre la pérdida de la inocencia que sigue los pasos de un chico de clase media durante su accidentado veraneo en un pueblo costero. Las historias iniciáticas escasean entre sus colegas españoles. ¿Qué le atrae de ellas?
-Precisamente ese click que te transforma en un individuo real; la adolescencia como edad en la que sucede un episodio, banal o no, que hace que uno se convierta en una persona particular y distinta. Mi obra nace además del deseo de explorar en qué consiste la sensación de haber sido perdonado. Absuelto gratuitamente, sin ningún merecimiento. Experimentar el perdón, como el odio o el amor, nos modifica por completo. Hace que uno tenga conciencia radical de la importancia del otro como individuo.
-Su protagonista se enfrenta a la muerte y la propia cobardía mientras frecuenta a una pandilla marginal que tiene una relación intensa con el sexo y las drogas. De nuevo, como en obras suyas anteriores, el choque entre el individuo y el grupo desencadena el conflicto.
-La adolescencia es un momento de la vida en el que se da una mescolanza única de clases sociales y durante dos o tres años llegan a juntarse el futuro magistrado, el delincuente y el que será dueño de la pollería en un espacio tan reducido como un aula o una localidad de veraneo. Aquí la desinhibición de la clase baja frente al sexo y la violencia es obvia frente al mundo más supuestamente "moral" de la clase media-alta.
-La atípica heroína de Agosto, octubre es una chica con síndrome de Down. ¿Cómo evitó en su retrato la "corrección política"?
-Se ha tratado poco el asunto de la sexualidad de los discapacitados y cuando se aborda suele ser desde la perspectiva de una mujer que se enamora de un chico con síndrome de Down, no el caso contrario. Es un terreno pantanoso pero mi protagonista tiene una sexualidad resuelta y, pese a su evidente discapacidad, en muchos aspectos resulta muy superior a su entorno.
-Su penúltima novela, Las manos pequeñas, transcurría en un orfanato en el que la llegada de una nueva niña, Marina, desataba los celos, admiración y crueldad de sus compañeras. ¿Qué le inspiró más de aquella huérfana, su desolación o su afán de resistir?
-En ese libro quise coger una historia real, aparentemente violenta y espantosa sobre un orfelinato de Brasil donde las niñas jugaban con el cadáver de una compañera como si fuera una muñeca, y leerla desde otro ángulo. Como si se tratara de un episodio de amor no resuelto. El amor y el odio son dos efectos compensatorios. Y la infancia es la más violenta de las edades porque se desconoce el límite. La adolescencia tiene una conciencia grupal de la que carecen los niños, que son más individualistas. Por eso los pequeños son capaces de ejercer una violencia aún mayor pues no tienen ese sentido de la compasión que sí se da en la adolescencia.
-¿Cómo afronta su inclusión en la lista de Granta?
-Es una alegría y una oportunidad porque supone una vía de entrada al mundo anglosajón, tan hostil hacia la literatura española. Es cierto que no constituimos un grupo pero encuentro una serie de escritores españoles, como Marcos Giralt, Isaac Rosa o Javier Montes, que vibramos en el mismo tono y con los que siento una verdadera afinidad.
-¿Cuál es su canon literario?
-Entre los contemporáneos, algunos de los autores que sigo con mayor predilección son Naipaul, Antonio Lobo Antunes, Jeffrey Eugenides y Alice Munro. Del panorama español, destacaría sobre todo a Álvaro Pombo y también a Cristina Fernández Cubas y al Juan Marsé de antes.
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