Extractos de una humanidad perdida
El mundo de ayer | Crítica
Pasados ochenta años de su muerte, en 2023 se esperan numerosas reediciones de la obra de Stefan Zweig, cuya obra vuelve a gozar de una inesperada actualidad, fruto del momento de incertidumbre en que se halla, nuevamente, Europa
La ficha
El mundo de ayer. Stefan Zweig. Trad. Eduardo Gil Bera. Alianza. Madrid, 2023. 456 págs. 28,50 €
Momentos estelares de la humanidad. Stefan Zweig. Trad. Carmen Gauger. Alianza. Madrid, 2023. 336 págs. 14,50 €
Es lícito considerar a Zweig como una figura última donde se resume o se sustancia una época, y cuyo pares literarios pudieran ser Snorri Sturluson, Geoffrey de Monmouth o Santiago de la Vorágine (o en pintura, el tardío y fascinante El Bosco, hoy más impenetrable en su profusa y limpia imaginería). Lo que Sturluson hace con los dioses escandinavos; lo que Monmouth tiene de florilegio artúrico, lo que Jacopo della Voragine compone, a modo de vitral, con el martirologio y el santoral cristiano, es lo que Zweig acometerá en El mundo de ayer, publicado póstumamente en el año mismo de su suicidio, 1942. Esto es, un resumen del mundo cuando ese mundo, ofrecido y expuesto testimonialmente, ha perecido para siempre.
Desde luego, debe considerarse que el mundo a que hace referencia Zweig viene mediatizado por una posición social preemiente, fruto de la riqueza familiar. Aun así, Zweig no pretende consignar, como hace Proust, una clase crepuscular y una sociedad minúscula, no exenta de ridiculez y de amargura. En mayor modo, el empeño de Zweig es el de fijar -sin libros ni anotaciones, desde el exilio brasileño, ayudado únicamente de su memoria- todo aquello que ha visto brillar, con novedad y extrañeza, en la Europa de las primeras décadas del XX. Lo cual incluye, como es lógico, tanto los residuos pudibundos del XIX como la insólita brutalidad desencadenada en Europa en dos guerras sucesivas. Esa es la razón que hace de El mundo de ayer un libro fascinante, nutrido de una profunda y radical melancolía; y en consecuencia, no exento de idealización por cuanto se ha perdido. Aun así, lo perdido y recobrado en estas páginas es dolorosamente real. Zweig, como judío vienés, no puede engañarse a este respecto. Y es precisamente hablando de otro judío vienés, en un libro distinto al que ahora glosamos, donde Zweig da cuenta de ese encapsulamiento definitivo de un ayer sepulto, no solo bajo los escombros de la guerra, sino sumido o arrollado por el vértigo de la tecnología y la masa. En Tiempo y mundo se incluye el responso que el propio Zweig leyó ante el féretro de Sigmund Freud. Era el 26 de septiembre de 1939 en el crematorio de Londres. Ahí Zweig ya conoce sobradamente la acerba naturaleza del exilio. Y sabe de igual modo que con Freud muere algo excepcional y único. Muere un sabio. Un sabio, por otra parte, de brillante y matizada escritura, que ha puesto al mundo a hablar, a concebirse a sí mismo, freudianamente. De algún modo, sí, Freud es creador y víctima de ese mundo que ahora emerge. Y es su amigo Zweig quien ejerce la triste y disciplinada labor de consignarlo.
Si acudimos al Prólogo con que se abren estas páginas excepcionales, conoceremos sumariamente algunos de los agentes que precipitan los hechos aquí narrados: “He visto crecer y expandirse ante mis ojos a las mayores ideologías de masas, el fascismo en Italia, el nacional-socialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peste suprema del nacionalismo que ha intoxicado el florecimiento de nuestra cultura europea”. En ese crisol masivo es donde Zweig ve cómo fraguan las tiranías que vertebran o desvertebran el siglo XX (y aun el XXI). Lo cual implica la consideración de un fenómeno, de doble naturaleza, que alcanza su cota mayor en esa hora. Me refiero al fenómeno efervescente y deshumanizador, al modo orteguiano, de la urbe. Resulta ineludible, en este caso, señalar a Benjamin y Hessel y su mitología de un Berlín nocturno, ambulatorio y mecanizado. La descripción urbana que hace Zweig es de otro tenor, más acorde con su alto concepto de lo individual y su recelo del Estado, cuya robusta novedad viene asociada a formas antidemocráticas de gobierno. La Viena y el París de Zweig tienen un encanto civilizatorio, un calor humano y una intimidad burguesa que en Benjamin no encontraremos, salvo como un eco decimonono o un resto ajado de la bohemia de entresiglos. En este sentido, en Zweig no hay lugar para el porvenirismo, y sí para la recapitulación de una Europa fantasmal donde lo judío alcanzó su más alta expresión cultural, en todos los ámbitos de la ciencia, la erudición y la cultura. Aquel “mundo de la seguridad” al que hace referencia Zweig, en cuya confortable estabilidad pasó su infancia, es el mismo que vemos aquí desfayecer, junto al propio y formidable autor de estas páginas, muerto hace ahora ochenta y un años.
Notas para un mañana incierto
Momentos estelares de la humanidad se publica en 1927, cuando la Revolución rusa es ya una realidad ominosa que fascina a Europa, y cuando la nueva consideración de lo humano derivada de la Gran Guerra aún aguarda otra conmoción mayor, que tardará no mucho en disponerse sobre la faz del globo. Estos Momentos estelares..., que incluyen glosas sobre Cicerón, Núñez de Balboa, Händel, Goethe, Waterloo, Biznacio, el capitán Scott, Lenin, Wilson y algún otro episodio (en el que no está, curiosamente, el descubrimiento de América); estos momentos estelares, repito, presuponen ya, tímidamente, un futuro en el que se conocerán nuevos capítulos de esplendor y en el que se aprovechará lo extraído de tales sucesos. Incluso en una hora de oscuridad y zozobra, la tarea compilatoria, rememorativa de Zweig, apela a unas generaciones venideras que acaso no hemos aprendido tanto. Y por mejor decir, casi nada. Es una idea de civilización, en todo caso, lo que se alberga en estas páginas. Páginas donde se quiere conservar el mundo y ponerlo en salvo para una hora mejor. Para una hora que no llega.
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