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ENRIKE SOLINÍS

El acento, esencia del Barroco

Enrike Solinís, Bach y el laúd.

Enrike Solinís, Bach y el laúd. / Francisco Roldán

Si bien es más que probable que Bach conociese de antemano la música para laúd de Silvius Leopold Weiss, será a partir de la visita que éste realizó a Leipzig en 1739, junto con Wilhelm Friedemann Bach cuando el interés del gran maestro por el laúd se reavivó, hasta el punto de diseñar y encargar la construcción de un instrumento híbrido entre el clave y el laúd, el Lautenwerk, para el que probablemente compuso su pequeño pero inmejorable corpus de composiciones.

Solinís abrió recital con la sonata BWV 964, transcripción para clave (o lautenwerk) de la sonata para violín solo BWV 1003. Solinís abordó el Adagio inicial con estilo casi improvisatorio, como si de un prélude non mesuré francés se tratara, con libérrima disposición de la métrica y generoso rubato, a la vez que con profusa y brillante ornamentación. En la fuga, en cambio, emergieron roces, notas erradas y sonidos poco definidos.

Fue el único momento problemático de un recital que de ahí en adelante transcurrió por los caminos de la excelencia y de la sensibilidad. Como la desplegada en el fraseo delicado y recogido del Andante, rematado con un Allegro espectacular lleno de rápidas y precisas figuraciones muy bien entrelazadas.

En las suites de Froberger y de Buxtehude sobresalió la capacidad del intérprete para ir más allá del pentagrama y otorgarle a cada nota el peso y el acento específico para dotar a cada frase de su personalidad expresiva propia, haciendo del acento algo substantivo y no adjetivo. Ello supone conjugar, como en la BWV 997, el más brillante virtuosismo (¡esa Double!) con la flexibilidad métrica y el sentido concreto de los afectos.

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