Fragilidad formal y significativa

Carla Carmona

10 de enero 2013 - 05:00

Ballet Nacional de Letonia. Director: Aivars Leimanis. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director: Pedro Halffter. Coreografía: Marius Petipa, Jean Coralli, Jules Perrot. Reposición de la coreografía: Aivars Leimanis. Director musical: Farhads Stade. Primeros bailarines: Elza Leimane-Martinova, Margarita Demjanoka, Julija Gurvica, Raimonds Martinovs, Sergejs Neiksins, Aleksejs Aveckins. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Miércoles, 9 de enero. Aforo: Tres cuartos.

La versión de Giselle del Ballet Nacional de Letonia consigue llenar de sentido los pasos clásicos o, más bien, desvelar sus significados íntimamente originarios. Todo cobra sentido: desde el más sencillo plié hasta el grand jete. Pero ese significado no está separado de la forma. Eso es lo que pone de relieve la majestuosa interpretación de Elza Leimane-Martinova en el papel de Giselle. La bailarina, con una delicadeza sin parangón sobre el escenario, volcó todo su interior en el arabesque y el pas de bourrée más efímeros, transformando el lenguaje del ballet clásico en una gramática de la emoción. La intérprete fue capaz de teñir de la gracia de su trabajo de brazos las piruetas y pasos dificultosos de sus solos, combinando vibración y suavidad.

Pero esta Giselle es intérprete en sentido doble: no sólo es una magnífica bailarina, sino que sus dotes teatrales conmueven. Qué sublime, en sentido rilkeano, su momento de locura, que transformó espadas en péndulos y dagas merecedoras de la Lucrecia más pura, augurando el mundo de muerte y magia que viene después, donde toda danza deviene letal. No es frecuente encontrarse con una interpretación tan absoluta. De hecho, tal grado de perfección pone de relieve el toque exagerado de la actuación de algunos de sus compañeros, como la de Andris Pudans, en el papel de Hilarión la noche de ayer. Pero la grandeza general de la interpretación, notablemente limpia, casi inmejorable, hace de esta Giselle un espectáculo memorable.

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