Pasados ya los tiempos en que los intérpretes históricamente documentados (los de los instrumentos originales) constituían una especie de secta endogámica a la caza de prosélitos de su fe, es ya habitual que los mejores solistas de la música clásica tradicional adopten las maneras estilísticas de los barrocos e incluso realicen proyectos en común con ellos.
Fue el caso anoche -lo será de nuevo hoy- de Asier Polo, un músico de muy alto prestigio en el terreno de gran competencia del violonchelo clásico. Pese a lo exigente del programa -tocar cuatro conciertos solísticos en una sola noche es una hazaña-, no sorprendió pues la solvencia técnica de Polo, clarísimo siempre gracias a su ágil arco y sobrado de mano izquierda.
No se lo puso fácil en lo estilístico la Barroca, extremista anoche en Vivaldi: poniendo la expresión muy por encima de la belleza del sonido, la OBS de Gabetta recordó a la de sus primeros y algo salvajes tiempos, con acentos crudos, un sonido acre (a veces incluso comprometida la afinación en los primeros violines) y poco interés en el legato.
Y entonces llegó Haydn. Inspirados por su elegante escritura vienesa, orquesta y chelista olvidaron la austeridad y ofrecieron ambos un sonido bellísimo, de elegante legato, lleno de lirismo en el Adagio y de precisión y ligereza en un rapidísimo Finale. Huelga decir que Polo mantuvo muy buena afinación pese a renunciar casi por completo al vibrato, y particularmente en los endiablados agudos de Haydn y antes de Boccherini. Mercedes Ruiz le había dado perfecta réplica en Vivaldi, y al final el público respondió con entusiasmo a ese Haydn difícil de olvidar.
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