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REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA

Orquesta busca a su público

Olga Scheps y Daniel Smith en el Maestranza.

Olga Scheps y Daniel Smith en el Maestranza. / Guillermo Mendo

Los claros y vacíos en el graderío del Maestranza, en progresión conforme avanza la temporada, van dando semana a semana un claro toque de atención. La oferta musical sevillana ha tocado techo de momento si tenemos en cuenta cuál es la masa social capaz de seguirla con asiduidad. Hace diez o quince años era impensable ver esos aforos a medio llenar en los conciertos de la Sinfónica, pero la multiplicación de la oferta musical y un excesivo optimismo por parte de los rectores de la orquesta a la hora de ampliar los ciclos y los conciertos se están encontrando con que en Sevilla, como cruda realidad, apenas si hay más de dos mil personas que consuman con asiduidad música clásica. Y, claro, no pueden asistir a todo, ni por tiempo, ni por dinero. ¿Habrá que pensar en un horizonte con un solo concierto por cada programa?

Conciertos como el de anoche tampoco son de los que hacen prosélitos, todo hay que decirlo. La pieza de estreno de Noelia Lobato, apenas cinco minutos, no deja de ser un somero crescendo orquestal sin apenas ambiciones expresivas ni armónicas. A continuación, el segundo de los conciertos de Chopin llegó revestido de todo el sopor y la inanidad posible. Ni por parte del director ni de la solista hubo una pizca de empuje, de energía en los ataques, de acentuación en el fraseo. La languidez se apoderó del Larguetto y en el Allegro vivace pasó desapercibido el componente rítmico. Eso sí, el nuevo piano (alquilado) sonó de maravilla y soportó la enérgica propina de Prokofiev sin inmutarse.

La soberbia Sinfónica pudo al menos desquitarse con un Hindemith tenso, dramático, cargado de energía interna y de sensualidad sonora. Se beneficia el sonido global de la orquesta del regreso definitivo a su concha acústica, sin adelantarse fuera del escenario, y con un auténtico fondo acústico.

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