Hipólito Navarro cambia de piel

Hasta ahora, el escritor Hipólito G. Navarro se había escondido detrás de la búsqueda formal, del ingenio y de la poderosa imaginación de sus cuentos. Con la publicación de El pez volador, antología de sus relatos que ve la luz en Páginas de Espuma, el narrador se presenta a sus lectores con una insólita desnudez, a través de un estudio -firmado por el encargado de la edición, Javier Sáez de Ibarra- que desentraña algunas de las claves de su obra y de una entrevista en la que el autor exterioriza los fantasmas personales más dolorosos. Un conjunto que ha ofrecido a Navarro un imprevisto reflejo en el espejo. "La antología me ha descubierto a una persona que estaba en mí y de la que no me había dado cuenta. Javier me ha hecho ver que detrás del disparate, de esa parte descacharrante, están esos años primeros en los que uno se formó", reconoce este prosista onubense afincado en Sevilla.

Esos primeros años incluyen dramáticos episodios como el alcoholismo y la muerte del padre o el tedio de un mundo rural "que no aportaba absolutamente nada". Fue la evasión de la lectura la que salvó a Navarro, o eso teme, de ser "un tipo lamentable". Especialmente el "binomio mágico" de "dos palabras maravillosas": cuento latinoamericano. "Yo quería huir de la realidad de este país, que era precisamente lo que retrataban Fernández Santos o Aldecoa. Por eso es lógico que los cuentistas que me cautivaran estuvieran en otros sitios, fueran los hispanoamericanos", argumenta Navarro.

La antología reinventa al escritor no sólo desde la exploración de su biografía. También el orden por el que Javier Sáez de Ibarra ha optado proporciona un nuevo enfoque de este maestro de la narrativa breve. Para Navarro, "Javier ha elegido una serie de relatos, y ha tomado una línea en la que dibuja de otra manera los cuentos que yo había escrito, y ha construido un libro totalmente distinto".

Navarro arrastra "un periodo de lector furibundo", vive un paréntesis en el que ha dejado de escribir. Pero el ganador de premios como el Alberto Lista, el Andalucía de la Crítica o el Mario Vargas Llosa resta importancia a esta sequía. "Ya me ha pasado otras veces, que tengo una pasión lectora bárbara y me interesa más leer lo que hacen otros", asegura alguien que se resiste a la presión de "sacar de vez en cuando un libro para estar en el mercado, algo que odio. Algunas veces callarse está bien".

Esta declaración proviene de alguien a quien le dan "coraje" los escribidores, "los meros aficionados que hacen redacción bonita y nada más". Un escritor que se sumerge en el placer de la creación sin una idea preconcebida, que improvisa en sus narraciones como un virtuoso del jazz, una comparación que ya apuntó otro cuentista, Miguel Ángel Muñoz. "Para que este sistema funcione intervienen el oficio, el tiempo que llevas escribiendo, cierta intuición narrativa, para saber si vas por buen camino", advierte Navarro. Pero "en esa manera de escribir sin saber dónde va uno, si hay un hallazgo será mucho más rico que el que estaba previsto. Luego habrá que pulir un poco el texto, pero hay que dejar eso que te llegó sin saberlo, porque el lector va a agradecer esa frescura".

Tras una serie de colaboraciones, Navarro publica su primer libro con Páginas de Espuma, una editorial "que está cambiando, por suerte, la visión que aquí se tenía del cuento". Como referente en el género, el onubense está cansado de que que los novelistas vendan como libro de relatos "algo que no es más que una vasija donde metes textos que te han pedido de un periódico. Y como ese novelista es popular, el libro se vende y la gente lee un cuento pobretón, donde su artífice no ha volcado todos los recursos", concluye.