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MARTA INFANTE & JORGE ROBAINA | CRÍTICA

El canto como expresión del alma

Infante y Robaina en una velada romántica.

Infante y Robaina en una velada romántica. / Carolina Cuadrado

No ha podido empezar mejor el Ciclo de Lied del Real Círculo de Labradores, una iniciativa totalmente loable en una ciudad en la que sus principales espacios musicales han renunciado hace años a programar esta máxima expresión de la relación entre música y palabra.

Contar con la voz de Marta Infante y el piano de Jorge Robaina es garantía de pureza máxima y de adecuación íntima y total entre ambas partes de esa globalidad que se encierra en los breves compases de un lied. Con un programa bellísimo que iba desde Loewe a Mahler y Korngold y con el añadido de la proyección de los textos en alemán y español, el recital describió una parábola desde la intimidad del opus 9 de Korngold al dramatismo de las tres baladas, para retornar a un clima de serena contemplación e instrospección en los Rückert Lieder de Mahler.

La voz de Infante se manifestó ideal para transcurrir entre tan intrincado bosque de sentimientos y situaciones. Con la riqueza de los juegos de colores del piano de Robaina (sensacional toda la noche y brillantísimo en la forma de sostener la carga dramática en las baladas, con sus ostinati y sus tomentosas efusiones), y con su sonido profundo, de centro muy pulido y graves de auténtico impacto, Infante hizo de las canciones de Korngold toda una lección de fraseo medido compás a compás, nota a nota, con los acentos justos para resaltar la intensidad de una palabra (Tumba, Paz de mi corazón, etc.). Sosteniendo todo esto, además, sobre la base de una articulación diáfana. El uso de los reguladores fue magistral, consiguiendo sfumature maravillosas y crescendi muy matizados. A recordar el dramatismo de su fraseo, con cambios de color según el personaje, en las tres terribles baladas, rematando en un acongojante fortissimo en la de Loewe cuando Edward confiesa haber matado a su padre.

Al fraseo ágil y ligero de Blicke mir nicht le siguió un momento de absoluta belleza con una voz y un piano que parecían flotar y elevarse en Ich bin der Welt abhanden gekommen.

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