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Comesaña y Cogato | Crítica

Beethoven, canto y abstracción

Javier Comesaña y Tomaso Cogato

Javier Comesaña y Tomaso Cogato / Actidea

En la primera semana de este ciclo, Tomaso Cogato ofreció junto a su esposa Mariarosaria D'Aprile un recital con obras para violín y piano de Beethoven. Eran piezas ligeras, concebidas para el consumo doméstico y en las que el violín hacía de acompañante del piano. En su segunda comparecencia en el Alcázar, el pianista italiano se asoció con el joven sevillano Javier Comesaña para el Beethoven mucho más exigente y ambicioso de las sonatas.

En atriles, dos obras extraordinarias, la Sonata nº5, radiante, lírica, espontánea, y la nº10, una soberbia composición, acaso menos valorada de lo que merece, que parece partir de Mozart para mirar al Beethoven tardío de las sonatas para piano y los cuartetos e, incluso un poco más allá, al Brahms otoñal. Entre la arrebatadora melodía y la inspiradora abstracción se movió pues un concierto que a la soberbia música unió unas interpretaciones extraordinarias.

Javier Comesaña tiene sólo 21 años, pero es ya un músico excepcional: su sonido es suave y redondo, afinado siempre, con cuerpo, carne y vibración. En su arco la música no se crispa nunca, respira con una naturalidad y una fluidez admirables. El piano elegantísimo de Cogato hizo el resto. Bastó escuchar ese encantador, inolvidable motivo inicial de la Primavera, articulado por ambos intérpretes con una nitidez perfecta, fraseado de forma exquisita, para entender que la noche iba a ser de las mejores de este año en el Alcázar.

Y lo fue. Tanto en la melancolía ensoñadora del Adagio molto espressivo como en la precisión febril del Scherzo o en esa vuelta a la fascinación sonora del rondó final, con el motivo expuesto en el piano de forma deliciosa para resolverse después en un seductor diálogo entre ambos intérpretes, la magia de la mejor música de cámara flotó sobre el jardín.

La 10ª sonata se abre con un trino que es más estructural que decorativo y termina con un movimiento final que es una mezcla libérrima de rondó, variaciones y fuga. Del "flujo de conciencia musical" (la expresión, afortunadísima, fue del propio Cogato) del arranque a ese final abierto y visionario, el piano fue marcando la pauta, ya fuera en la exposición de ese delicado coral del Adagio o en los acentos imponentes del Scherzo, con un violín algo más blando en los ataques, como tratando de ofrecer la parte más íntima y recogida de una música que triunfó sin reparos en la noche tibia.

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