José Luis Pastor / Klara Tomljanovic | Crítica

Historias y mundos en seis cuerdas

Volvió José Luis Pastor sobre el espectáculo que presentó en este mismo festival hace dos años, un recorrido por la historia de la guitarra a través de doce instrumentos, desde diversos artefactos medievales a la guitarra eléctrica. En este tiempo, el músico onubense ha cambiado algunas piezas y ha llevado el programa a un disco recién publicado, por lo que su actuación cabría encuadrarla en una auténtica presentación en sociedad de la criatura. Lamentablemente, el hecho de haber sido colocado su recital como primera parte de un programa doble, lo obligó a recortar aquellas piezas que pueden serlo con más facilidad, eliminando variaciones y repeticiones. Como eso puede hacerse sobre todo en la música más antigua, que es justamente en la que Pastor es un auténtico maestro, el resultado fue que lo escuchamos más en un repertorio más tardío, que el músico toca con absoluta solvencia profesional, pero sin el brillo de sus prestaciones en el universo medieval. Así y todo, su concierto, que tiene un componente didáctico de alto interés, se fue a los 70 minutos de duración, lo que hizo que el segundo recital no empezara hasta las 21:30 y provocó una pequeña desbandada de público en el intermedio.

Ya que pasó de corrido por los instrumentos en los que su magisterio es incontrovertible, como la cítola o la guiterne (en la que tocó un Mariam Matrem del Vermell que me convenció menos que la pieza del Codex Faenza que hizo en su lugar hace dos años), de su actuación caben destacar las finísimas Diferencias sobre la Romanesca de Narváez en la vihuela y unos canarios de Sanz con originales floreos en la guitarra barroca.

Klara Tomljanovic empezó algo desorientada con un Bach (Preludio y fuga BWV 995) más bien caótico e insustancial. El Tombeau de Falla a Debussy resultó en cambio bien destramado y marcó ya la principal característica que dejó ver de su estilo interpretativo, el intimismo. El sonido de Tomljanovic no es poderoso, pero la artista eslovena matiza con musicalidad e inteligencia, muy especialmente en los pasajes más lentos, leves y expresivos, lo cual mostró ampliamente en su Granada de Albéniz y, sobre todo, en El último canto de Barrios Mangoré, pieza de la que extrajo bellos efectos de claroscuro. Más convencional me pareció su Milonga del ángel de Piazzolla.

Como cierre, ofreció la eslovena la presentación española de Phórminx, de Alberto Carretero, que había estrenado ella misma en Ljubliana el 1 de septiembre pasado. Obra que muestra el ingenio y los recursos del compositor sevillano, que crea una pieza casi al estilo de la música concreta instrumental, convertida la guitarra en un objeto en el que las notas se unen al ruido para generar una sensación de extrañamiento que tiene que ver sobre todo con el timbre del instrumento, logrado con infinidad de técnicas extendidas diferentes, aunque en la mayor parte de sus aproximadamente diez minutos de duración, se obtiene de procedimientos similares a los del piano preparado, si bien termina (como empezó) tumbada sobre las piernas de la guitarrista que, tocándola con dos macillos, hace de ella casi un salterio.

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