Tras diez años entregada a los rigores de la danza clásica, Lisbeth Gruwez tomó partido por la danza contemporánea. Un terreno en el que la bailarina y coreógrafa belga se ha visto siempre rodeada de hombres tan fuertes como Wim Vandekeibus o Jan Fabre, del que fuera musa privilegiada e intérprete de piezas tan inquietantes como el solo –bañado en aceite de oliva– Quando l'uomo principale è una donna (2004).
Con este bagaje, cuando en 2007 fundó el grupo de danza contemporánea y performance Voetvolk, junto al músico y compositor Maarten van Cauwenberghe, la artista siguió creando trabajos muy duros, quizá por una tendencia natural a explorar los límites de su cuerpo, o quizá también por esa necesidad que han tenido siempre las mujeres de no ser consideradas menos fuertes que sus compañeros.
Con una conversación continua entre los movimientos corporales y los auditivos, Gruwez y van Cauwnberghe han producido con su compañía una decena de espectáculos –cinco de los cuales siguen en gira– entre los que se cuentan el íntimo dúo Lisbeth Gruwez dances Bob Dylan y un tríptico dedicado al cuerpo extático y compuesto por It's goin to get worse and worse and worse, my friend, Ah/ha y We're pretty fuckin' far from okay.
En estas tres últimas piezas, que se pudieron ver en el Teatro Central en 2013, 2015 y 2017 respectivamente, Gruwez exploró minuciosamente la gestualidad corporal en distintas situaciones vitales. En la última, por ejemplo, ella y otro bailarín, sentados en dos sillas durante toda la pieza, se encierran en sí mismos para experimentar en sus cuerpos las consecuencias de la angustia y del miedo.
"Siempre me han atraído los límites, pero después de hacer más de ochenta funciones de We're pretty fuckin' far from okay, ese encerrarme en la angustia me provocaba una auténtica depresión. Por eso sentía cada vez más fuerte la necesidad de liberarme de todo ese dolor. Hace un año, además, empecé a hacer meditación y a pensar que quería dar un giro a mi vida y, por consiguiente, a mi trabajo con la danza. Fue así como nació la idea de The Sea Within, el mayor trabajo que he acometido hasta este momento, puesto que coreografío para diez bailarinas, y el primero en el que no he acabado en el escenario", contaba ayer la artista durante la presentación del espectáculo en el Central, primer teatro español que pisa este trabajo, estrenado el pasado año en los Encuentros Coreográficos Internacionales de Danza de Seine-Saint Denis.
Diez mujeres ponen en escena esta obra inspirada en elementos como las olas del mar
A la convocatoria lanzada por la coreógrafa para su realización acudieron más de 500 bailarinas, a las que les pidió que escribieran una carta explicando por qué les interesaba la meditación. "Esta vez no me interesaba tanto el virtuosismo como hacer salir ese oscuro mar que todos tenemos en nuestro interior. Cada una es diferente de la otra pero todas forman un conjunto muy homogéneo, tienen el mismo color; son fuertes y frágiles al mismo tiempo. Es como un paisaje en el que todo forma parte de todo", afirma Gruwez, para quien meditación "significa una manera de ser y de trabajar juntos; una serenidad y un respeto máximo al espacio del otro".
Durante el proceso de trabajo con estas diez mujeres, de culturas y morfologías diferentes pero impulsadas por un mismo aliento, la creadora dice haberse inspirado en los elementos de la naturaleza, como las olas del mar, ya tranquilas, ya tempestuosas hasta llegar a formar tsunamis; como el viento o como esas plantas marinas que se mueven continuamente sin desplazarse de su lugar. Una gama de movimientos que le ha permitido a cada bailarina encontrar un universo con el que poder fundirse. Del mismo modo, afirma que con esta pieza ha recuperado la sensualidad, "esa feminidad que durante mucho tiempo mantuve encerrada en el frigorífico".
Como en todas las obras de Voetvolk, el movimiento ha sido creado al mismo tiempo que el espacio sonoro que lo envuelve, obra de Maarten van Cauwenberghe. Según la crítica, ésta es una de las bandas sonoras más logradas del músico, inspirado aquí en las músicas de los años 70 y principios de los 80. "He trabajado siempre en unión con el desarrolo coreográfico y en esta ocasión he utilizado un viejo sintetizador porque buscaba sonidos muy vibrantes e hipnóticos –los que de algún modo se utilizan en la meditación– que, a pesar de poseer una energía suave, fueran capaces de crear auténticas ondas, tanto en el escenario como en el patio de butacas, y de llegar directamente al corazón del espectador. Además, como lanzo la música en vivo durante el espectáculo, puedo adaptarme a los movimientos de las bailarinas en todo momento lo cual les proporciona una enorme libertad", afirma el compositor.
Alabada por la crítica internacional, The Sea Within tiene ante sí una larga gira que la llevará, entre otros, al Festival de Otoño de Madrid. Sin embargo, Lisbeth Gruwez, quien confiesa que hay que matar al ego para poder avanzar, volverá pronto como bailarina a los escenarios. Será el año próximo en el Festival de Aviñón, y lo hará–primicia absoluta– con un solo y con la música de Claude Debussy.
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