En luna nueva | Crítica

Tras las huellas de la luz

  • La galería Birimbao reúne las piezas experimentales sobre estrellas y cartas astrales donde el gaditano José Manuel Martínez Bellido hace ver lo que casi nunca llega a mirarse

Catálogo de imágenes astrales incluido en la muestra.

Catálogo de imágenes astrales incluido en la muestra.

Hay en la fotografía, según Stanley Cavell, dos elementos, la huella y el recorte. La huella es la de la luz. Es el momento pasivo de la fotografía. Por él se sumerge en el flujo de esa energía natural. El recorte, el momento activo, es aquél por el que el fotógrafo delimita un fragmento del mundo y excluye todo lo demás. No lo hace con cuchillo o plantilla, sino con la propia cámara que a la vez selecciona, encuadra y elimina. Tal exclusión, sin embargo, no es total porque el enclave elegido mantiene la relación con lo que se ha descartado e incluso en ocasiones lo reclama como su contexto. La fotografía es así un modo de precisar lugares en el medio general de la luz. El fotógrafo precisa (o construye) mundos, rescatándolos de su disolución en el acontecer natural.

Todo esto es cierto pero muchos fotógrafos, grandes fotógrafos, han evitado la precisión del recorte para aventurarse en las vibraciones, siempre azarosas, de la luz. Man Ray trabajó la solarización. El día que su ayudante, Lee Miller, abrió la puerta del laboratorio durante el revelado, Ray descubrió las posibilidades poéticas de un exceso de luz por difícil que fuera de controlar. Antes, László Moholy-Nagy cultivó el fotograma: colocaba objetos diversos, incluso su propia mano, sobre papel sensible expuesto a la luz. Conocido es su Autorretrato, no exento de humor, obtenido por tal procedimiento. Hoy, la fotografía sigue experimentando en parecida dirección: cámaras sin operador, pero con dispositivos que la disparan, ante un paisaje, al cambio de la luz en las horas del día, o al acercarse a ella ciertos animales.

José Manuel Martínez Bellido (Cádiz, 1992), diplomado en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla, trabaja la huella de luz de modo muy personal. Es un rastreador de la luz. Sigue en ocasiones su pista en viejos álbumes familiares. Fotos, de aficionados o profesionales, en las que penetra inesperadamente la luz. El brillo excesivo de un objeto, un reflejo fortuito, un cambio repentino en la intensidad de la luz o un súbito rayo de sol dejan su huella imprevista en la imagen. Martínez Bellido persigue las más diminutas de estas incursiones, valiéndose a veces de un microscopio. Una vez localizadas, las amplía, las fotografía y las ordena. Así forma con ellas un enrejado de setenta y dos luminarias que se antojan extraños cuerpos celestes. Cada imagen está anotada: un breve texto al pie remite a su lugar en el álbum. Esta precisa localización permite al autor además parodiar una Carta Estelar, en la obra de ese título que está al fondo de la galería.

Martínez Bellido trabaja la huella de luz de modo muy personal. Martínez Bellido trabaja la huella de luz de modo muy personal.

Martínez Bellido trabaja la huella de luz de modo muy personal.

Otra iniciativa de Martínez Bellido se relaciona con las estrellas en esta ocasión directamente sin que medie analogía. También aquí trabaja con imágenes captadas por otros. En primer lugar, las tomadas por un astrofotógrafo en un observatorio. La estrella fotografiada no es una ficción: tiene nombre, apellido y localización precisa, por lo que puede saberse cuando emitió la luz que ahora capta el telescopio refractor. Se trata entonces de buscar una fotografía fechada el mismo día en que la estrella emitió la luz ahora recibida. Ambas fotos juntas forman la obra. Ninguna de ellas las tomó el autor pero su propuesta es una invitación a contrastar dos tiempos. De un lado el nuestro. Cruzado por la urgencia de problemas o proyectos (siempre importantes), lastrado por el tedio o tocado por la serenidad de quienes aún son capaces de vivir hacia adentro, son tiempos humanos. Sean más o menos nobles, todos experimentan cierto vértigo en presencia del otro tiempo, el cósmico. A esa paradoja remiten estas obras de modesta apariencia.

El artista reúne fotografías de estrellas con otras rescatadas de viejos álbumes familiares. El artista reúne fotografías de estrellas con otras rescatadas de viejos álbumes familiares.

El artista reúne fotografías de estrellas con otras rescatadas de viejos álbumes familiares.

Martínez Bellido es además un buen dibujante. Así se aprecia en un tercer grupo de obras expuestas. Proceden igualmente de fotografías. Pero en ellas el intento no consiste en espiar el paso de la luz, señalando sus incursiones indebidas. Ahora persigue su huella para mostrar su capacidad modeladora. La luz sobre unos cabellos puede suscitar apasionamientos como el de Baudelaire. También logra subrayar la limpia línea de un cuerpo femenino en contraste con la corteza del árbol en que se apoya. La luz le saca los colores a la materia: brillos, masas y texturas forman una variada gama de grises. Porque Martínez Bellido, una vez elegida la foto y precisado el fragmento lo dibuja al carbón. Las piezas que resultan tienen ecos de paisajes por su formato horizontal, pero son en suma abstracciones, llenas de sugerencias: hacen ver lo que casi nunca llega a mirarse.

La muestra tiene el aire fresco de lo nuevo. Las piezas son experimentales en el mejor sentido de la palabra: se atreven a ensayar nuevos caminos. Hay en ellas algo de germen: no es posible precisar su futuro, pero el presente, no exento de riesgos, es más que digno. 3 José Manuel Martínez Bellido ‘En luna nueva’ Birimbao. Alcázares, 5. Sevilla. Hasta el 5 de julio

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