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SU legado es tan vasto que alimentará a varias generaciones. Paco de Lucía, fallecido ayer a los 66 por un infarto masivo que le sobrevino mientras jugaba con uno de sus hijos pequeños en una playa de Cancún, fue el más rápido y el más intenso. En la mínima distancia de unos centímetros de mástil recorrió cientos de kilómetros en seis décadas. Reconoció en más de una ocasión que el impulso de esta prisa, de esta velocidad de vértigo, fue la rabia. La indignación por la doble marginalidad del guitarrista flamenco: por flamenco, primero, por guitarrista después. Un orgullo, una rebeldía, que le posibilitó auparse en el podio como uno de los músicos españoles más influyentes y reconocidos del siglo XX, Premio Príncipe de Asturias de las Artes y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes de España.
Los restos del intérprete y compositor serán repatriados a España desde el Caribe mexicano, refugio habitual de este algecireño afincado en Toledo. En su ciudad natal, donde Francisco Sánchez Gómez vio la luz el 21 de diciembre de 1947, se prepara un entierro multitudinario y se han decretado tres días de luto oficial por esta leyenda de la música universal cuyo legado surge de la rebelión contra el estatus de los flamencos en su tierra y, dentro del ámbito profesional jondo, del guitarrista como subalterno del cante y el baile que conoció en su entorno familiar: en su padre, Antonio Sánchez Pecino, en su hermano Ramón de Algeciras.
Fue precisamente la afición del guitarrista semiprofesional Antonio Sánchez la que fundó esta dinastía flamenca que en los primeros 60 alumbró al dúo flamenco infantil Los Chiquitos de Algeciras en el que se inició Paco con su hermano Pepe, más tarde apellidado artísticamente también De Lucía. Pronto descolló Paco como adolescente tocaor de grandes estrellas de lo jondo en la discográfica Philips (El Sevillano, Niño de Barbate, al que siguieron Fosforito, El Lebrijano, etcétera) hasta que el niño se estrenó como solista con un EP en 1964. Su primer disco grande en solitario es de 1967, La fabulosa guitarra de Paco de Lucía, una verdadera revolución con tan sólo 19 años. Las innovaciones de esta obra son resultado, en buena medida, de su contacto con la música brasileña, que conoció durante una gira por el país sudamericano como miembro de la compañía de Antonio Gades.
Ese fue el comienzo de una larga carrera como solista que cambiaría para siempre el mundo del flamenco. Son tantas las revoluciones de este músico genial que es difícil creer que todas ellas fueran protagonizadas por una misma persona. Así, por ejemplo, la enorme popularidad que dio a la guitarra flamenca, a un artista flamenco, su disco Fuente y caudal (1973). El repertorio no se alejaba de sus cinco entregas solistas anteriores. Pero la genialidad, siempre relativizada por el tocaor, de incluir unas variaciones por rumba para completar la minutación, le abrió la puerta de los programas radiofónicos comerciales y de los platós de televisión. De la noche a la mañana, gracias a la labor de su manager de entonces (Jesús Quintero), Paco de Lucía se convirtió en el flamenco más popular de España y en uno de los artistas de masas de nuestro país protagonizando, incluso, entrevistas y series en las revistas juveniles la época.
En los 70, además de llevar su música al Teatro Real (1975) y de interpretar a Falla con el grupo de jazz Dolores, conoció y compartió escenario con John McLaughlin y Al Di Meola. Es decir, a las influencias sudamericanas y nacionalistas sumó su conocimiento de los códigos de improvisación del jazz. Esta última experiencia se concretó en 1981 con una nueva revolución y dos discos: Castro Marín, en formato de trío de superguitarristas y su reverso jondo, Sólo quiero caminar. Este último se abre con unos tangos homónimos que son una declaración de principios y un himno generacional. Lo que en Interpreta a Falla (1978) es un intercambio de experiencias, en Sólo quiero caminar se convierte en un nuevo hito de la música contemporánea. El mítico sexteto que lo interpreta marcaría para siempre el combo flamenco, no sólo para instrumentistas, también para cantaores y bailaores: Carles Benavent y Jorge Pardo se inventan el bajo y la flauta y el saxo flamencos, con técnicas importadas de la guitarra y la voz flamenca. Y el percusionista brasileño Rubem Dantas incorpora, para siempre, el cajón peruano a lo jondo.
Ufff, dirán ustedes, ¿se puede ir más allá? Sí. Este flamenco eléctrico tuvo un éxito tan rotundo que inventó, de un solo golpe, el llamado nuevo flamenco. Y generó toda una legión de imitadores descafeinados de éxito a nivel planetario. El impacto fue tal que Paco de Lucía graba su siguiente obra, Siroco (1987) a guitarra sola: minera, soleá, rondeña. El inventor del flamenco eléctrico, que había llevado también al cante como productor de los discos de Camarón, reivindica lo jondo más puro. Pero no como un acceso tradicionalista sino actualizando los toques clásicos con técnicas, ritmos y armonías contemporáneos. El mundo del flamenco, el de la música en general, no daba crédito. Se renunciaba a los estribillos corales, a la presencia mayoritaria de estilos festeros, a los instrumentos eléctricos... y se ampliaba armónica y técnicamente el mástil de la guitarra con la cosecha del jazz, el rock, la música nacionalista y, sobre todo, de la propia fecundidad flamenca del tocaor.
Vendrían más discos sociales, con Chick Corea (Zyryab, 1990), el supertrío con McLaughlin y Di Meola (1996) o El concierto de Aranjuez (1991), que unió a dos de los músicos españoles más universales del siglo XX, Joaquín Rodrigo y De Lucía. Pero el camino a seguir sería la sobriedad lujuriosa de Siroco, la reivindicación del legado jondo en Luzía (1998) y Cositas buenas (2004). Una indagación de la soledad, el amor filial, la amistad, la muerte y el silencio que se presenta ahora, con la súbita desaparición del tocaor, como legado último de un Paco de Lucía en continua trasformación, en desesperada huida por el mástil.
Esta superposición increíble de innovaciones estéticas justifica lo que decíamos: Paco de Lucía alimentó, alimenta y alimentará a a varias generaciones de aficionados y profesionales jondos. Este legado quedaría incompleto si olvidamos que el origen de todas estas contribuciones fundamentales a la historia de la música fue la rabia, la lucha por la dignidad. La conquista, en forma de desplantes en ocasiones, como el que protagonizó en 1989 en Sevilla, de un espacio propio, digno, para el tocaor jondo. Para el artista flamenco.
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