Cultura

Memoria de Josep Janés

  • Josep Mengual publica una documentada aproximación a la trayectoria de quien fuera uno de los grandes editores españoles de la posguerra

A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor. Josep Mengual. Debate. Barcelona, 2013. 432 páginas. 23 euros.

Tenemos mitificados a editores como Jaime Salinas o Carlos Barral, pero a veces se nos olvida que ellos y otros posteriores y no menos valiosos -Borràs, Herralde, Tusquets, De Moura- tampoco surgieron de la nada. Sus antecesores en el oficio empezaron o reiniciaron su trabajo en años muy difíciles, los de la posguerra, marcados por restricciones de todo tipo que empezaban por la limitada disponibilidad del papel e incluían el trato obligado con los obtusos funcionarios de la censura, pero en un contexto de general escasez fueron capaces de abrir y consolidar grandes sellos de referencia. Hablamos de editores como Manuel Aguilar, Josep Vergés, Germán Plaza, Joan Grijalbo, Luis de Caralt, José Manuel Lara o Josep Janés (1913-1959), el centenario de cuyo nacimiento celebramos o deberíamos celebrar este año. De todos ellos habla un libro tal vez demasiado sumario, pero útil y bastante ameno, que publicó Xavier Moret a principios de siglo, Tiempo de editores (Destino), donde se pasaba revista a los artífices de los catálogos que protagonizaron la historia de la edición literaria durante el franquismo. Hace unos años, en vísperas del cincuentenario de la temprana muerte de Janés, fallecido en un accidente de automóvil, Huerga & Fierro reunió la 'Poesía' del editor en una edición bilingüe, traducida por Jesús Pardo, que se abría con un sugerente prólogo de su hija la también poeta Clara Janés. Ahora, coincidiendo con el citado aniversario, Josep Mengual ha publicado esta excelente semblanza referida sobre todo a su trayectoria profesional, que no es una "biografía al uso" pero retrata muy bien, por sus intereses, al editor que fue Janés.

Como no podía ser de otro modo, tratándose de un hombre que se preocupó siempre de los aspectos materiales y tipográficos del libro, A dos tintas se presenta en un hermoso volumen entelado al que sólo falta el colofón, para ser perfecto. Mengual, que aúna la condición de estudioso y la de profesional con años de experiencia en el mundo editorial -abrió hace no mucho un blog muy recomendable, negritasycursivas, dedicado a los libros y la historia de la edición-, comienza por reconocer su deuda con Jacqueline Hurtley, autora de un trabajo al parecer fundamental -Josep Janés: el combat per la cultura- que por desgracia sigue inédito en castellano, para precisar que el suyo es "un libro sobre libros", donde no se olvida la importantísima 'prehistoria' de Janés como editor -y poeta- en catalán durante los años de anteguerra. Ha sido considerado con razón el introductor de la novela inglesa en España, pero su línea editorial, increíblemente productiva, abarcaba todos los palos y tomó forma en varios sellos -Emporion, La Gacela, Ánfora o Lauro, luego unificados bajo la común etiqueta José Janés Editor- y decenas de colecciones diseñadas con un inusual grado de excelencia. Catalanista moderado, Janés había colaborado con la Generalitat durante la guerra y llevaba por ello el estigma de 'desafecto', pero sus amigos falangistas -Eugenio d'Ors, Félix Ros o el inefable Luys Santa Marina, a quien el entonces detenido había salvado la vida- abogaron por el editor y lograron que escapara a la implacable represión de la posguerra.

En lo personal, Josep Janés gustaba de los coches y estaba particularmente orgulloso de su cadillac. Tenía aspecto de rico y ejercía de bon vivant, gordo, trajeado, elegante y enérgico. Hubo quienes consideraron que había traicionado sus ideales de juventud al plegarse -como por otra parte era la norma- a las directrices de la censura y renunciar al uso de la lengua catalana, pero se trataba de un reproche injusto e incluso mezquino, porque el editor, poseedor de una vastísima cultura literaria, era además un hombre bueno que por ejemplo contrataba decenas de traducciones -guardadas en un armario consagrado al efecto- sólo para ayudar discretamente a quienes lo necesitaban, sabiendo que las autoridades nunca le permitirían publicarlas. Los sábados hacía una ronda por los bancos para conseguir el dinero con el que pagaba semanalmente a sus trabajadores, que lo esperaban inquietos en las oficinas. Era un empresario de verdad, no como esos lindos ejecutivos tan abundantes ahora, que amaba su negocio y se jugaba su patrimonio, lo que no hacen muchos de los que nos aleccionan a diario sobre la importancia del emprendimiento. Ganó mucho dinero, pero dejó deudas a su muerte y su viuda vendió el fondo editorial a Plaza -desde entonces, Plaza & Janés- por una cantidad no demasiado elevada. A juicio de Andrés Trapiello, que sabe de lo que habla, fue el mayor editor español del siglo pasado "y el primero que podía mostrar en Europa sus libros sin avergonzarse". Su extraordinario legado, que no tuvo continuidad, merece el recuerdo y la gratitud de todos los amantes de la letra impresa.

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