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Cultura

Mirando atrás con jazz

XIII Noches en los Jardines del Real Alcázar. Componentes: Andreas Prittwitz, flauta dulce, clarinete, saxofones; Daniel del Pino, piano. Programa: De Schubert a Gershwin (obras de Schubert, Chopin, Debussy, Satie y Gershwin). Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Miércoles 20 de junio. Aforo: Casi lleno.

Muniqués de nacimiento, pero madrileño por adopción, la de Andreas Prittwitz es la historia de un músico formado en el Barroco que llegado a España descubrió el mundo del jazz y la improvisación, que le daba más libertad para mostrar su propia personalidad artística. Acompañante de grandes ídolos de masas (Miguel Ríos, Joaquín Sabina, Ana Belén) como de cantautores de culto (Krahe, Ruibal), Prittwitz lleva años removiendo entre los clásicos con su proyecto Looking Back. Al Alcázar se había acercado ya con él varias veces, pero esta vez lo hacía por primera vez con Daniel del Pino (Beirut, 1972), uno de los más brillantes pianistas españoles de su generación, y con un programa que se separaba del mundo de la música antigua, donde el margen improvisador es amplio (como vienen demostrando recientemente tantos nuevos grupos dedicados a ella), para arrancar desde Schubert y Chopin y seguir luego solo un paso más allá, pues Debussy está más cerca de Chopin de lo que algunos pueden pensar.

Combinando un saxo soprano curvo con uno tenor y un clarinete, Prittwitz buscó entre las sugerentes armonías chopinianas y debussyanas espacios por los que contar su propio relato, consiguiéndolo mejor cuanto más se apartaba del objeto de la parodia, como cuando jugueteó disminuyendo el Preludio nº7 con una flauta dulce o cuando hizo del Estudio Op.10 nº3 una carrera vertiginosa y un punto deslenguada o cuando en Debussy se entretuvo proyectando los armónicos contra la tapa del piano. Virtuosismo sin estridencias, que fluyó con naturalidad toda la noche, pero muy especialmente en una grave y delicada Serenata schubertiana (saxo tenor), en la 2ª Gymnopédie de Satie y en ese 2º preludio de Gershwin que es ya en realidad un blues. Sin la complicidad y elegancia de Daniel del Pino nada de esa espontaneidad y frescura habrían sido posibles.

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