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Cultura

Mórbida penitencia a la luz de las velas

Fundado en 1984, el Festival de Música Antigua de Sevilla es no sólo, por edad, el segundo de su categoría en España, sino también uno de los certámenes culturales más venerables de cuantos se celebran en la ciudad (acaso sólo igualado en antigüedad por la Bienal de Flamenco). Comenzó ayer su XXV edición, y las bodas de plata merecían desde luego un compromiso mayor por parte del Ayuntamiento. Cierto que en los dos últimos años, la Muestra había crecido presupuestariamente y evolucionado a mejor, pero justo este año la desidia se ha adueñado una vez más de la organización, una desidia política, en la que nada tiene que ver un equipo de producción y de comunicación puesto a trabajar en el certamen a menos de un mes de su comienzo, con un presupuesto ridículo (el destinado a programación también se ha reducido respecto a 2007), y cuyo primer resultado son unos programas de mano prácticamente ilegibles por el cuerpo de letra empleado, luego inaceptables. Una lástima que un Festival como éste (y hablar del Festival es hacerlo de sus fieles seguidores de años) siga sin encontrar de las autoridades que supuestamente lo amparan el respeto que se ha ganado en dos décadas y media de existencia.

Por suerte, artísticamente la programación es estupenda y la primera cita se presentaba como uno de sus puntos álgidos. Con un retraso cercano a la media hora (con más tiempo para la producción habría podido ajustarse sin duda el horario de la convocatoria), Le Poème Harmonique presentó un espectáculo fascinante en torno a los Oficios de Tinieblas del Barroco francés, un programa que triunfó ya el año pasado en el Festival de Granada y que entusiasmó al público asistente (más reducido de lo razonable, pero ¿han visto ustedes algún cartel anunciando la muestra por la ciudad?). Hoy es imposible reproducir un oficio como aquellos que despertaban general admiración en el París de Luis XIV, pero la puesta en escena del conjunto de Dumestre pretende crear un ambiente similar al que debió de vivirse entonces. Todo el concierto se celebró a la luz de unas velas que fueron apagándose, hasta la oscuridad total, a medida que pasaban las estrofas del Miserere de Lalande que cerró el recital, .

El centro del programa estuvo constituido por dos obras para voz sola y continuo de Lalande, una Lección de Tinieblas de Jueves Santo y el Miserere ya mencionado. La combinación entre la penumbra, los textos de carácter penitencial, las ornamentaciones de una música con inocultables influencias italianas (especialmente en las iniciales hebreas de la Lección de Tinieblas) y la voz sensual de la soprano Claire Lefilliâtre crearon un ambiente de sugerente y turbadora morbidez. Extraordinario también el trío vocal masculino, delicadísimo tanto en el canto llano como en las Meditaciones de Charpentier. Continuo flexible, elegante y de notable exquisitez tímbrica. Una lástima que algo de tanto valor deba su desarrollo a impulsos de voluntades personales.

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