'Lysístrata' | Crítica

Mujeres al poder, siempre

Aristófanes escribe Lisístrata (Lysístrata en la versión de las puellae gaditanae, Las niñas de Cádiz) en el 411 a. C. Han pasado 2.500 años y según esta versión la obra sigue más vigente que nunca: Pueblos en guerra "para que sigan robando a gusto los cargos públicos"; críticas al poder de decisión de las mujeres y la fuerza de las pasiones sexuales como imperativo de la vida.

Las niñas de Cádiz, tras su paso como Chirigóticas con el autor Antonio Álamo, vuelven a su ser combinando el carnaval de Cádiz con el teatro. Han elegido un buen soporte, la Lisístrata, una de las obras más representadas y que se ha convertido con el tiempo en un símbolo de la paz y del entendimiento entre los pueblos. La guerra entre Atenas y Esparta ha dejado sin hombres a sus ciudades. Aristófanes se hace eco de ello en su comedia política y le da vida a una Lisístrata que significa exactamente ‘la que disuelve el ejército’ y que consigue convencer a las otras mujeres para que realicen una huelga de sexo hasta que sus maridos firmen la paz.

Con este planteamiento Ana López Segovia conforma un espectáculo en el que el carnaval gaditano y sus coplas, coplillas, pasodobles, tanguillos jalonan toda la historia que comienza con un momento sublime, la escena de las parcas y que deja el listón tan alto que uno lo echa de menos a lo largo del resto de la representación.

Me gusta el feminismo de la obra, el respeto a la diversidad, la mamarrachada descarada y el uso soez del lenguaje de que hace gala esta versión. En lenguaje coloquial, no se cortan un pelo al llamar por su nombre cada una de las partes del cuerpo humano ni las acciones con las que se sirven para procurarse placer. Sonaban bien con esas piedras milenarias y el público, muy ateniense, las celebraba mientras más burdas mejor. Y sonaban contundentes porque las pronunciaban mujeres, cuatro actrices dotadas de una excelente comicidad encabezadas por Teresa Quintero y Ana López Segovia bien secundadas por Alejandra López y Rocío Segovia.

La obra vuela alto mientras nos dan carnaval y, desgraciadamente, decae cuando se hace más teatro. Como el alterne es constante uno va subiendo y bajando a merced de esta, para mí, la versión más feminista de Lisístrata que he visto nunca.

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