Crítica de Cine

Museo de celuloide

sayat nova

'SEFF365'. Armenia-URRS, 1969/2014, 79 min. Dirección, guión, coreografías: Sergei Parajanov. Fotografía: Suren Shakhbazyan. Música: Tigran Mansurian. Intérpretes: Sofiko Chiaureli, Melkon Aleksanyan, Vilen Galstyan, Giorgi Gegechkori, Spartak Bagashvili, Medea Djaparidze, Hovhannes Minasyan, Onik Minasyan.

Sayat Nova no es El color de la granada (1969), un filme que ya es, en todo caso, una de las obras más hermosas y sugerentes de la Historia del cine.

Este Sayat Nova que ahora nos llega con su título primigenio es lo más parecido, fruto del proceso de reconstrucción y restauración realizado por la Cinemateca de Bologna y la Film Foundation, a lo que el malogrado cineasta armenio Sergei Parajanov (1924-1990) pergeñó contracorriente en el cine soviético de los años 60, un cine vigilado muy de cerca por la censura (que tachó su filme de "oscuro, alegórico, religioso y formalista") y encorsetado en el rígido molde del realismo socialista.

La Sayat Nova que podrán ver mañana en su flamante nueva copia, verdadero estallido de color cinematográfico al servicio de imágenes y cuadros vivientes de alta densidad simbólica, es tal vez la película soñada por un Parajanov que, aún a riesgo de cárcel, a donde iría a parar finalmente poco después, quiso conciliar la poesía con el imaginario más ancestral, las fuentes de la tradición oral con un cine renacido, emancipado de la necesidad de narrar; un cine, por tanto, libre de ataduras dramáticas y de la palabra dialogada, dispuesto en una frontalidad elocuente y primitiva propia del icono, en el valor de los elementos, los objetos y su materia, desplegado en una forma eminentemente musical y sensorial, una forma poética irreductible a "lecturas descifradoras", "situaciones de contexto" e interpretaciones folclóricas, un cine que pareciera estar recién "acabado de inventar", como escribió Serge Daney.

Así, esta Sayat Nova redescubierta traza la vida del músico y trovador medieval armenio Sayat-Nová (1712-1795), desde su infancia en Tbilisi a sus últimos días como monje en el Cáucaso, entre cuadros sin tiempo de vibrante elocuencia plástica y sonora, en una sucesión de episodios aislados, estampas y bodegones vivientes que se encadenan, se hacen eco o riman cíclicamente en un lenguaje libre que, como el de otro ruso amigo, incomprendido y exiliado, Andrei Tarkovski, ahonda en un terreno fronterizo entre la mística, el mito y el subconsciente, entre la autobiografía y el sueño.

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