En junio se detectaron problemas en el sistema de refrigeración de la Sala Turina. Pasó el verano y, al parecer, nada se hizo por solucionarlos. El lunes, hora y media antes del concierto inaugural del Festival Turina, se probó por primera vez y el equipo no funcionaba. Consecuencias: los dos primeros recitales del certamen se han celebrado en condiciones de confortabilidad penosas debido a las altas temperaturas. Flaco favor se hace al minoritario público fiel al certamen y auténtica desconsideración la que se tiene hacia los artistas, especialmente grave en el concierto de anoche, pues la pianista armenia Sofya Melykian se encuentra en avanzado estado de gestación. Lamentable e impropio.

En esas condiciones, Melikyan mostró un pianismo de alta sensibilidad en una lectura detallada de la obra maestra de Granados, en la que combinó el hilo narrativo general con la poesía de los momentos concretos. De la jovial y luminosa Los requiebros, con su cita de una famosa tonadilla incluida, al espectral Epílogo, el compositor leridano escribe con sonidos una historia que se va cromatizando y oscureciendo hasta un final en el que las referencias tonales casi se diluyen.

Atenta al color en los pasajes más típicamente españoles de los tres primeros números, empezó la pianista armenia mostrándose muy comedida en los contrastes, manejándose en gamas dinámicas centrales y con un ritmo muy regular, pero desde Quejas su discurso se fue crispando, ensanchándose, flexibilizándose, hasta hacerse dramático y hondo en El amor y la muerte, pieza que convirtió en auténtico tiempo trascendido.