Ojo por ojo, giro a giro
Crítica cine
Ajami. Drama, Israel, 2009, 120 min. Dirección y guión: Scandar Copti y Shani Yaron. Fotografía: Boaz Yehonatan Yacov. Intérpretes: Shahir Kabaha, Ibrahim Frege, Fouad Habash, Youssef Sahwani, Ranin Karim, Eran Naim. Cines: Avenida.
Candidata al Oscar a la mejor película extranjera representando a Israel, Ajami nos trae el eterno conflicto entre judíos, palestinos y cristianos entrelazado con el crimen y la delincuencia en el barrio del mismo nombre de la ciudad de Jaffa, y lo hace bajo las formas del relato múltiple cruzado y una estética cruda y realista de raíz documental.
Se trata aquí de retratar la degradación moral y la espiral de violencia de una zona incapaz de conciliar sus diferencias culturales y religiosas. Para ello, y en la línea de cierto cine contemporáneo (de Babel a Gomorra) que no se contenta con la mirada frontal y se empeña en fragmentar, desordenar y rebobinar las ficciones pensando que así se es más fiel a la estructura de la realidad, Ajami nos cuenta cuatro historias a través de cuatro personajes, cuatro visiones de unas mismas situaciones y una misma topografía, con esa voluntad omnisciente que camufla una determinada manera de mirar el mundo bajo el posmoderno paraguas de la diversidad de puntos de vista que, a la postre, acaban por anudarse en un mismo relato unificado.
Es, por tanto, en la crudeza realista del tratamiento y en la (innegable) capacidad de los actores, muchos de ellos no profesionales, para hacer creíbles a sus personajes donde Ajami aspira a solidificar su mensaje y a conquistar a su público, un público que, por otro lado, espera ver reflejada, aunque no acabe de entenderla del todo, esa sensación de caos y revancha perpetua que ha convertido aquel rincón del mundo en el perfecto campo de batalla para perpetuar viejos odios irreconciliables.
Tan efectiva como efectista, la película de Copti y Yaron tan sólo consigue parcialmente sus objetivos traicionando sus propios principios estéticos: allí donde las apariencias quieren apuntar siempre a la realidad, todo acaba por revelarse mero efecto de estilo para camuflar ese as en la manga que convierte el azar en un falso destino perfectamente planificado.
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