Arte

Potencia espacial de la escultura

  • El CAAC ofrece hasta mayo de 2022 una exposición colectiva con obras que forman parte de su colección en torno a la noción de 'escultura expandida'

'Silabario' de Alegría y Piñero.

'Silabario' de Alegría y Piñero. / D. S.

Esta exposición tiene, como las óperas, su obertura. Las ramas de la bignonia, deslizándose desde la pérgola, son un buen anticipo de la llamada escultura expandida. Una idea propuesta por Rosalind E. Kraus en 1979 aunque desde mucho antes los artistas venían ensanchando los límites de la escultura. El ready made de Duchamp, los enigmáticos objetos, hallados o construidos, por los surrealistas, el material de desecho usado por Picasso, la escultura de luces y sombras de Moholy Nagy, la desmesura de la escala de ciertos minimalistas y por fin, la instalación, que muchas veces es una visión de la escultura desde su interior, van modelando un valor de la escultura hasta hacerlo central: su capacidad para intervenir en el espacio y alterarlo.

Eso es lo que hace la pieza de Fuentesal y Arenillas gracias a su dimensión, el ritmo de las incisiones y el color, un guiño a la naranja azul, imagen del mundo según Paul Éluard. Las ondulaciones de la máquina de Daniel Palacios contrastan con la firmeza de los tensos cables de acero llenos de pequeños objetos de Julia Llerena, réplica de la rítmica unidad de los endecasílabos de Antonio Gamoneda.

En una sala próxima, fibras de cáñamo, pita y yute, trenzadas por Aurèlia Muñoz, alzan no sé si un obelisco o un poste totémico. Al fondo, una hoja de palmera que Adolfo Schlosser llevó hasta la espiral y entre ambas, las varas de mimbre de Soledad Sevilla: se agitan al acercarse el espectador y los prismas de vidrio sujetos a cada rama provocan una breve fiesta de luz. En oposición a los ecos naturales que guarda esta sala, el silencio que domina la instalación de Amalia Pica: el clamor permanece en la memoria bajo el yeso que envuelve megáfonos, tambores, silbatos y todo el arsenal de medios para la protesta callejera.

'Habitación vegetal', de Cristina Iglesias. 'Habitación vegetal', de Cristina Iglesias.

'Habitación vegetal', de Cristina Iglesias. / D. S.

Al otro lado del pasillo, la celda de Louise Bourgeois, El arco de la histeria. Las planchas de acero preservan el secreto del varón: también él, perdida la cabeza, puede curvarse por una afección, la histeria, que se decía exclusiva de las mujeres. Fuera, los dibujos que completan la instalación de Bourgeios y enfrente, sobrios dibujos de Pepe Espaliú: fuertes marcos de acero los acercan a la escultura.

Menos dramática pero quizá más cáustica, es la confluencia de obras de Nuria Carrasco: un mural de recortes y tres supuestos frascos de perfume sobre un espejo. Los recortes (Fake Magazines [Kalas]) tienen el diseño de una revista del corazón colombiana, Caras, pero Carrasco ha sustituido a las gentes de la jet por imágenes de descendientes de los esclavos llevados allí por barcos españoles. Los frascos de perfume (Cosméticos Kalas), con la marca apenas alterada, también aluden a los habituales inquilinos de la revista. Un racimo de grandes uñas postizas, vibrantes de color, de Ana Laura Aláez, y la reflexión sobre original y copia de Francesc Ruiz completan esta sala.

En parecida clave conceptual, el recinto de Andrea Fogarasi, una llamada a pensar cuáles son y quién domina los circuitos culturales, y Bantin, la escultura horizontal de Reinhard Mucha, que invita a meditar en el peso de esos circuitos sobre el museo.

Obra de Fuentesal y Arenillas, 'Azul como una naranja'. Obra de Fuentesal y Arenillas, 'Azul como una naranja'.

Obra de Fuentesal y Arenillas, 'Azul como una naranja'. / D. S.

Abundan los jóvenes autores: del colectivo Moreno y Grau, una breve instalación que tal vez aluda a la falsa conciencia de una cultura que se piensa ajena a la naturaleza (salvo para explotarla). Pablo Capitán del Río ha suspendido en una suerte de carrusel cuatro compuertas de regadío, un guiño a los turnos, horarios e incertidumbres de quienes dependen del agua. La sencilla consistencia del metal hace que la obra conviva muy bien con el trabajo de Jacobo Castellano, una estilización de algo tan cercano como los pasos procesionales.

Las obras de Leonor Serrano Rivas son a la vez investigaciones del espacio artístico, en especial de aquellos en los que arquitectura, teatro y cine confluyen, se necesitan y se contaminan mutuamente. En esta ocasión su trabajo, A Night Dream n. 2, parece pedir un contexto más detallado. Más claras son las piezas de Alegría y Piñero que han llevado a la escultura la fonología y sobre barro construyen esos gestos inconscientes que hacemos al pronunciar. Silabario es de un lado un mueble que recuerda a los de los antiguos museos de historia natural, sólo que aquí no hay especies vegetales sino moldes de perfiles de hablantes. Con él un proyector que ilumina paso a paso y de forma circular labios que pronuncian las silabas de un palíndromo.

La muestra termina con una obra ya clásica, Habitación vegetal de Cristina Iglesias, y una pieza de gran formato, en paralelo al inicio de la exposición. Es El resucitado del colectivo Chto Delat: irónica réplica de un monumento al soldado soviético (que liberó Viena de los nazis), quemada en Berlín y restaurada. Tal vez quepa relacionarla con el trabajo de Regina de Miguel, Voces de mundos que se desvanecen. La memoria guarda los más insospechados recuerdos.

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