ROSS. Gran Sinfónico 5 | Crítica

Fantasías y efectismo sonoro

Anastasiya Petryshak con la ROSS en el Maestranza.

Anastasiya Petryshak con la ROSS en el Maestranza. / Guillermo Mendo

Un programa efectista. Arrancó con el estreno de la Fantasía sonora nº3 del cordobés Rafael Cañete, obra de un eclecticismo que se mueve entre atmósferas impresionistas y un eclecticismo cinemático. Después, la violinista ucraniana Anastasiya Petryshak se libró por la vía rápida de dos obras hechas para el exhibicionismo, Tzigane, una fantasía orientalista, de falso folclorismo, de Ravel, y la Introducción y rondó caprichoso de Saint-Saëns, obra escrita a mayor gloria de Sarasate. Sonido extraordinariamente pulido, articulación prodigiosamente clara y agilidad deslumbrante. Poca emoción.

Tras la pausa esperaban dos de las tres partes del célebre Tríptico romano de Respighi, sus piezas más populares, en las que son reconocibles ecos de Ravel, Strauss y Rimski, que fue su maestro. Es esa brillantez de la orquesta rusa la que trasladó Respighi a los pentagramas con los que quiso dibujar un día romano entre sus fuentes y sus pinos. Giuseppe Finzi logró mantener el equilibrio entre familias que está pidiendo la música y destacó sobre todo en los pasajes más líricos y tenues, en los que permitió que los primeros atriles destacaran, así el clarinete en el pasaje de las catacumbas de Pinos, el oboe en el amanecer de las Fuentes o las trompas con la entrada del Tritón de Bernini. Cuidó también los efectos, colocando las campanas tubulares fuera de la escena para aumentar la sensación de lejanía en el atardecer de las Fuentes y trompetas y trombones en las terrazas para potenciar la idea del desfile triunfal con el que termina Pinos. Dominó el brillo sobre la hondura.

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