ROSS. Gran Sinfónico 7 | Crítica

Claroscuros brahmsianos

Marc Soustrot dirigiendo Brahms a la ROSS en el Maestranza.

Marc Soustrot dirigiendo Brahms a la ROSS en el Maestranza. / Guillermo Mendo

A pocos compositores ha dedicado más atención la Sinfónica de Sevilla en sus más de treinta años de historia que a Johannes Brahms, pero este año se cumple el 125 aniversario de la muerte del genial compositor hamburgués y el conjunto ha vuelto a programar la integral de sus sinfonías, una música desde luego inagotable. Es el titular Marc Soustrot quien ha asumido la tarea, esta semana con las dos primeras obras del ciclo, que completará a mediados de junio con las dos restantes.

Tardó Brahms en escribir su primera sinfonía, que no presentó hasta sus 43 años, pero la segunda la siguió inmediatamente. Ofrecidas a menudo juntas por lo que tienen de distintas (la primera, dramática; la segunda, lírica: pastoral se la llama a veces), el principal interés de la apuesta de Soustrot fue para mí la forma que tuvo de acercarlas, ofreciendo interpretaciones de extrema claridad textural en la que destacaron los claroscuros sobre las afirmaciones rotundas, porque en las dos obras está ciertamente Brahms, con sus dramas y sus comedias, sus momentos de luz y de sombra.

El arranque de la , con ese dibujo cromático ascendente de la cuerda en la introducción lenta en bastante segundo plano, y la tendencia a redondear el sonido en el Allegro favoreciendo el legato sobre los acentos, parecía en efecto rebajar un punto ese agudo dramatismo con el que suele presentarse la composición.

La densidad de la escritura brahmsiana se aprecia desde el principio, pero Soustrot propició un equilibrio entre familias instrumentales admirable, logrando una transparencia que en los dos movimientos centrales se llenó de pequeños matices, como los contrastes de registros en la cuerda en el lírico Andante o la luminosidad que de repente emergió en la repetición del tema del Scherzo, después de una sección central densísima y oscura. La tensión se acumuló al final desde el mismísimo Adagio de partida, hecho en un pianissimo de gran poder expresivo, y creció luego en los intercambios de las maderas (ese tema de las trompas que luego desarrollan los vientos) hasta el enérgico Più Allegro resolutivo de la coda.

En la , el clima idílico del arranque parece indisimulable, y Soustrot buscó potenciarlo, como mostró la calidez de la cuerda grave en ese tema lírico que exponen los cellos para dejarlo clavado en la memoria. Pero en medio del relajado ambiente también hubo lugar para las penumbras, como en el crescendo tenso al final del primer tema del Adagio o en los enfrentamientos entre vientos y cuerdas del segundo trío del Scherzo.

La fina y clara interpretación orquestal se agudizó incluso en el movimiento final, cuando los dos temas quedaron perfectamente contrastados, merced a un equilibrio que permitió un caleidoscópico lucimiento de toda la tímbrica del conjunto hasta su brillante apagamiento.

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