Se le conocía su buena mano con el repertorio francés y centroeuropeo y Marc Soustrot demostró dominar también la música de Chaikovski en la vuelta de los conciertos de abono de la ROSS (los anteriores, los dos del Gran Sinfónico 4, tuvieron lugar a mediados de noviembre: alguna razón tienen los movilizados músicos de la orquesta cuando reclaman una mayor independencia del teatro para normalizar su temporada, algo que parece complicado). Invirtió el maestro francés el orden cronológico natural de las sinfonías interpretadas, acaso por terminar con el final más logrado de la 4ª (el propio autor llegó a calificar el de la 5ª de "odioso", en carta a su hermano Modest), aunque a la postre fue justo con la 5ª con la que Soustrot salió triunfal del envite.
Desde su extraordinario arranque, al que otorgó naturaleza casi camerística por la finura y transparencia del sonido, Soustrot enseñó sus cartas: las de la claridad, el empaste soberbio de la cuerda (la entrada de los violines I sobre el resto del conjunto resultó impactante, por la sedosidad deliciosa y límpida de toda la sección y por cómo el resto de familias instrumentales asumieron el aumento sonoro de la cuerda, reajustándose con una precisión asombrosa), el flexible manejo de los planos, con una magnífica disposición de los distintos niveles de voces y unas transiciones (del fondo a la forma y viceversa) de absoluta eficacia, que le permitió destacar los pasajes solistas (por ejemplo, esa trompa trágica del segundo movimiento o la entrada del tema cíclico en los metales en el mismo tiempo), pero también los ostinati (contrabajos en un final que logró embridar con una buena dosificación de los volúmenes). Fue también admirable cómo el maestro francés manejó el tempo del Vals, que empezó algo adusto, como mirando de reojo al primer movimiento, pero se fue flexibilizando con una gracilidad elegantísima.
Diez años separan la 4ª de la 5ª. Cuando Chaikovski afrontó la primera de estas dos sinfonías jamás había concebido algo como su primer movimiento, de monumental y majestuosa arquitectura clásica. Quizás las expectativas que habían dejado la interpretación gloriosa de la 5ª eran excesivas, pero la 4ª de Soustrot, siendo excelente, se quedó a mi modo de ver un punto por detrás, no desde luego en la magnífica construcción de ese soberbio primer movimiento, en el que el francés supo mantener la tensión de forma magistral desde el motivo de la fanfarria introductoria, cédula que genera todo el material que luego se desarrolla, pero sí acaso por cierta dispersión en el segundo; es cierto que se trata de un movimiento en el que Chaikovski juega mucho con los contrastes de registros y los intercambios entre las diferentes familias instrumentales y eso dificulta el mantenimiento de una línea de tensión general; por otro lado, de nuevo el empaste de la cuerda y los solistas de las maderas lucieron a muy alto nivel. Brillantísimo el final, aunque Soustrot pareció llegar a él con la guardia baja en el control de las dinámicas y las progresiones ya no tuvieron el control minucioso y detallista de la 5ª. En cualquier caso, memorable concierto.
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