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Rafael Riqueni | Crítica

La vuelta a la alegría

El guitarrista en las tablas del 'Lope de Vega' sevillano.

El guitarrista en las tablas del 'Lope de Vega' sevillano. / Juan Carlos Muñoz

La música de Rafael Riqueni no se anda por las ramas, ni siquiera por las de los árboles del Parque de María Luisa que inspiró su obra maestra homónima, de la que tocó varias partes en este recital. No es un arte discursivo, intelectual, que nos maree antes de darnos lo que ansiamos encontrar. No se esconde tampoco en las destrezas físicas al uso. Por eso no disminuye cuando el físico deja de ser atlético. El arte no es deporte. El arte trabaja con las emociones. La música de Rafael Riqueni va al esqueleto de los estilos. Resulta cada día más austero, quintaesenciado. La música de este sevillano nos sirve para cada día. Es una forma de meditación, de estar con nosotros mismos, con nuestras emociones. Pobres emociones, tan maltratadas últimamente. Los que saben nos dicen que nos dejamos maltratar por líderes sin escrúpulos que manipulan nuestras emociones. Pero lo que hace falta, precisamente, es una educación emocional básica, una inteligencia emocional mínima. La música de Rafael Riqueni nos ayuda a conectar con nuestra melancolía. Con el paraíso perdido de nuestra infancia en el parque sevillano o en la calle Fabié. La música de Riqueni nos da de bruces con el mandato socrático: conócete a ti mismo. Es el único camino de vuelta a la alegría. La felicidad como obligación, porque el que no es feliz termina amargando a todo el barrio.

Ofreció no pocas novedades respecto al recital que dio en este mismo lugar hace apenas unos meses. Un nuevo arreglo de Paseo de ensueño, de la Suite Sevilla, aderezado por un toque de móvil en el patio de butacas que sonó hasta el final de la pieza. Varias piezas de El amor brujo, la imperecedera composición de Manuel de Falla. Una selección de la obra que le encargó la Bienal de Málaga sobre la Cueva de Nerja, que es su última gran creación y que aún no ha registrado. Como tampoco ha llevado al disco, todavía, Cogiendo rosas el impagable trémolo que ofreció como segundo de los cuatro bises. Él tampoco se quería ir a casa.

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