Alqhai & Núñez | Crítica

Glosas y fantasías de la luna llena

Javier Núñez y Rami Alqhai en el Alcázar

Javier Núñez y Rami Alqhai en el Alcázar / Actidea

Sevilla es ciudad de música antigua. El Femás y la programación general de sus ciclos y salas, la importancia y prestigio de sus conjuntos, las actividades académicas en torno a ella, las asociaciones y aficionados... Todo lo hace evidente a cualquier persona medianamente cultivada y conocedora del ambiente musical de la localidad. Resulta por tanto sorprendente que en el festival veraniego de un espacio sevillano que parece especialmente adecuado para acoger conciertos de música antigua, la nómina de participantes antiguos se haya visto reducida este año de forma radical. Pero, cierto es, no han faltado sus voces. Y como para reivindicarlas, dos de los mejores representantes de la música antigua hispalense se subieron al escenario palaciego en una agradabilísima noche de espectacular luna llena.

Rami Alqhai y Javier Núñez se acercaron a un repertorio que conocen bien, ya que es habitual de Accademia del Piacere, su grupo de referencia. Se trataba de coger bajos armónicos, canciones y arias de los siglos XVI y XVII vinculados a España y presentarlos convenientemente glosados, esto es, variados y adornados, siguiendo algunas ediciones de la época (en la ficha se incluyen los nombres de los compositores convocados), pero añadiendo su propia fantasía personal, que no significa ningún tipo de arbitrariedad ni tratamiento posmoderno de la música, sino un trabajo ornamental a partir de los rasgos estilísticos de la época. Y el trabajo resultó en verdad apasionante e impresionante.

Alqhai empezó tocando en solitario un par de recercadas de Diego Ortiz, lo que fue un riesgo. La viola necesita asentarse para conquistar el oído, y aunque desde el principio la afinación resultó impecable y la agilidad sobrada, la música no terminó de fluir hasta la entrada del clave de Núñez para añadir alguna glosa más a Ortiz. La imaginación se impuso luego en unas intensas variaciones sobre el Marizápalos, en las que Alqhai optó otra vez por acompañarse a sí mismo (terminó usando la viola como una guitarra, a la manera de Sanz), antes de que Núñez mostrara su auténtica maestría en una Gallarda milanesa de Cabezón de nítida transparencia, que los intérpretes enlazaron con unos enardecidos canarios. Los contrastes entre la ágil bergamasca (sacada esta vez de una de esas sonatas de los violinistas primitivos, Salamone Rossi en este caso) y la elegancia, un punto severa, de la pavana de Cabezón (que ocasionó al violagambista sevillano algún problema en las disminuciones más exigentes) siguieron antes de las fulgurantes filigranas que Alqhai dibujó a partir de la romanesca, ahora con mano firme. El recital enfiló su parte final con La Suave melodía de Falconieri, pieza tocada con una insinuante y lírica delicadeza, con especial énfasis sobre el bellísimo registro grave de la viola, y unas variaciones sobre la Monica de uno de esos intrigantes compositores de la vanguardia napolitana del Seicento, Bernardo Storace, que, en su intrincado recorrido armónico y rítmico, Núñez tocó de forma prodigiosa, por la musicalidad del fraseo y el virtuosismo técnico. Las muy personales folías de cierre funcionaron como perfecto colofón a la propuesta.

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