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Cultura

Retratos al minuto

  • Dos nuevas antologías, a cargo de Francisco Fuster, enriquecen la bibliografía sobre el gallego Julio Camba.

Caricaturas y retratos. Julio Camba. Fórcola Ediciones. Madrid, 2013. 192 páginas. 16,50 euros.

Un humorista es lo contrario de un gracioso. Graciosos hay en número abrumador, y es difícil sustraerse a su terrible y fatigoso influjo. El humorista es otra cosa. El humorista es aquél que ha comprendido el fondo último de lo real y lo presenta a nuestros ojos de un modo digerible. Curiosamente, hay pocos humoristas andaluces. Humoristas fueron Camba, Cunqueiro, Fernández Flórez, Valle-Inclán, Josep Pla, Jardiel, Tono, Mihura, Neville... Humoristas fueron, con grandeza insuperable, Cervantes y Quevedo. Cervantes, al modo melancólico de una estampa de Durero. Quevedo, con la violencia y el estrépito de un aguafuerte de Callot. Si hemos de consignar a Camba entre esta formidable estirpe, diremos que Camba es un apacible acuarelista. Un acuarelista, sin embargo, cuya obra viene manchada siempre por un poco de café. En esa mancha inesperada está la gracia y el oficio de Julio Camba. Con ese borrón algo injurioso y sin embargo exacto -con esa tizne que trae la vida-, Camba construye sus más verídicos retratos.

El presente volumen de Caricaturas y retratos es obra del profesor Francisco Fuster. Quiere decirse que Camba nunca reunió bajo tal título una colección de artículos. Cunqueiro llamaba a este arte de amonedar perfiles "retratos al minuto". Unos retratos que, en su caso, salían algo fantasiosos y volanderos, tocados por el ángel de la melancolía, y que en el caso de Camba tienen el genio malicioso del detallismo. En Camba siempre hay una minucia, un detalle, una omisión, por la que sale a relucir el alma del retratado. En la estampa de don Carlos Marx, es ese "don" que le adjudican los gacetilleros de la Puerta del Sol y que lo convierte, inopinadamente, en un burgués respetable. En el retrato de Nietzsche, es el bigote caudaloso, de "morsa intelectualizada", aquello que lo singulariza como genio electrizante y alemán airado. En Anatole France, será su democrático gusto por el omnibus. En Bergson, su pulcra y elegante indumentaria. En Sawa, finalmente, su capacidad para dejar fiado a los aguerridos tenderos de París. En todos ellos hay algo de humanidad mostrenca y algo de servidumbre al siglo. El talento de Camba reside ahí, en traernos el aroma de su siglo en la pipa maloliente de Verlaine.

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