RAFAEL RUIBÉRRIZ & CRISTINA LUCIO-VILLEGAS | CRÍTICA

París era una fiesta

Cristina Lucio-Villegas y Rafael Ruibérriz.

Cristina Lucio-Villegas y Rafael Ruibérriz. / ACTIDEA

París vivía en 1886 en pleno corazón de la Belle Époque, con alegría de vivir en medio de un ambiente de florecimiento cultural. En ese mismo año se compusieron las dos obras que formaron el programa de este extraordinario concierto, uno de los mejores de este ciclo sin lugar a dudas, si no el mejor.

Charles Wilfrid de Bériot tiene raíces sevillanas por cuanto que fue el único hijo de María Malibrán y, por ello, nieto del sevillano Manuel García. Pianista y catedrático del instrumento en París, fue maestro de Ravel, Granados y Viñes, entre otros. A Paul Taffanel, el gran profesor de flauta, le dedicó su sonata, que destila, gracia, lirismo y alegría por todos sus poros. Como escrita por un pianista, la parte del piano está muy elaborada y sirvió para que Cristina Lucio-Villegas mostrara su dominio del fraseo y del color, con control pleno del pedal y con una total compenetración con la flauta de Ruibérriz. A destacar la articulación picada en la sección rápida del segundo movimiento, con un fraseo saltarín. Por su parte, Ruibérriz, con un sonido firme, de vibrato muy controlado y un fraseo que no cayó en la tentación del amaneramiento, desarrolló una interpretación llena de agilidad, de saltos interválicos limpios, con momentos en staccato muy bien resueltos y una línea cantabile llena de lirismo en el segundo tiempo.

La sonata para violín y piano de Franck se ha convertido en un icono del Romanticismo y de ahí el que haya sido objeto de numerosas transcripciones. La versión para flauta de Rampal sirvió para que Ruibérriz, con una demostración magistral de control de la respiración, desplegase esas largas y sinuosas frases en arabesco del primer tiempo, así como su sensibilidad a la hora de regular las dinámicas con sentido expresivo. Brillantísima Lucio-Villegas en esa efusión lírica del primer tiempo o en el desborde torrencial del segundo, sin olvidar el dramatismo de sus intervenciones en el tercero.

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