Ruibérriz, Rico, Casal & Rico | Crítica

Triple celebración patrimonial

Rafael Ruibérriz, Irene Rico, Alejandro Casal y Ventura Rico en palacio.

Rafael Ruibérriz, Irene Rico, Alejandro Casal y Ventura Rico en palacio. / Luis Ollero

Este segundo concierto programado por la Asociación de Amigos de la OBS en el patio del Palacio del Marqués de la Motilla ha supuesto una triple celebración con el patrimonio: el sevillano, por partida doble (el casi desconocido y bellísimo palacio por una parte; y, por la otra, el muy célebre calor africano, que rozó lo asfixiante) y a su lado, el mejor patrimonio musical europeo que uno pueda imaginar, representado esta vez por música camerística de dos de los más grandes maestros del siglo XVIII, Bach y Haendel.

Aunque las condiciones de temperatura rozaban lo dantesco, sobre todo si tenemos en cuenta que había implicados instrumentos antiguos, tres de los más significados representantes de la música antigua local (Rafael Ruibérriz, Alejandro Casal y Ventura Rico) demostraron por qué llevan tiempo en primera línea. El flautista logró alejar los temibles efectos de la condensación de su instrumento y mantuvo un sonido limpio e impoluto toda la noche, con tiempos rápidos agilísimos y lentos tan expresivos como suelen ser habituales en sus manos y su boquilla (resultaron realmente exquisitos en Haendel y en la BWV 1034 de Bach); el violagambista tuvo que pelear con la afinación en el inicio, pero logró una sonoridad robusta, firme y de hermosa plasticidad de su instrumento, sosteniendo con hondura tanto sus partes solistas como las de continuo; el clavecinista en fin, logró que todo fraguase, sabiendo tomar protagonismo cuando tocaba o retirarse a un segundo lugar más discreto pero no menos importante (Haendel).

Emotiva la presencia de Irene Rico (hija de Ventura) en el continuo de las dos sonatas en trío de Bach. Los jóvenes piden paso y a toda prisa, pues Irene no sólo no desentonó al lado de sus experimentados compañeros, aportando a la música bachiana esa densidad que resulta tan característica, sino que dio una lección de buen hacer cuando se quedó sola en el continuo durante el Adagio de la BWV 1029, que terminó por convertirse en uno de los momentos mágicos de la noche.

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