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Ruibérriz, Rossi, Rico & Casal | Crítica

A la moda de París

Leo Rossi, Alejandro Casal, Rafael Ruibérriz de Torres y Ventura Rico en el Espacio Turina.

Leo Rossi, Alejandro Casal, Rafael Ruibérriz de Torres y Ventura Rico en el Espacio Turina. / Luis Ollero

No se presentaban como Solistas de la OBS, pero lo son, y la expectación y el público eran los habituales de los conciertos de la Barroca. Estos cuatro sevillanos se han ganado de sobra el aprecio del buen aficionado local por su contumaz coqueteo con la excelencia, que son capaces de mostrar en contextos y formaciones bien diferentes.

Esta vez lo hicieron con un programa camerístico del mejor Telemann, el de los Cuartetos de París, obras compuestas en dos momentos diferentes de la vida del compositor y que recogían no sólo elementos del característico estilo francés, sino también estructuras sonatísticas a lo Corelli y un gusto por la melodía y la claridad textural que apunta a los rasgos del estilo galante. Dos sonatas en trío , forma esencialísima de la música del tiempo, completaban programa.

Ruibérriz, Rossi, Rico y Casal respetaron en todo momento la elegancia natural de la música de Telemann con unas interpretaciones de fraseo curvilíneo, muy relajado en los tiempos lentos y en general contenido en los rápidos, con articulaciones nítidas, pero acentos moderados, con un violín que buscó el empaste enfatizando el tono mate del timbre, una flauta cálida y de legato prodigioso y una gamba de presencia y agilidad contundentes, todo apoyado en la discreción del clave, dicho sea en el mejor sentido del término, pues el instrumento sirvió como ideal amalgamador de un conjunto que sonó con un exquisito equilibrio, sin excesos, sin alharacas en los contrastes.

Más allá del concepto global de la interpretación, el grupo buscó detalles expresivos con los que enriquecer su visión de esta música pensada para el puro goce sensual, por ejemplo en las imitaciones del Vivace final de la Sonata I de los Quadri, que funcionaron casi como en un desfile de alta costura o en la fragilidad del Andante inicial de la Sonata en trío para flauta, que luego se acentuó aún más en un Adagio fugitivo, casi incorpóreo, con el clave en un suavísimo registro de laúd, o en la sugerente transparencia del Tendrement del Cuarteto en re mayor de los Nouveaux Quatuors, magníficamente atrapada en la dulcísima embocadura de Ruibérriz de Torres.

En las propinas se escuchó El gorrión, una obertura a la francesa compuesta por el violinista sevillano Isidro Albarreal, que ha tocado algunas veces con la OBS, una obra con la que acaba de ganar un importante concurso de composición para instrumentos antiguos. La pieza está bien estructurada y concebida, pero su academicismo acabó por hacerla palidecer al lado de la maravillosa Chacona de cierre del Cuarteto telemanianno en mi menor que sirvió para concluir el concierto en una interpretación tan delicada como todas, pero en un tempo acaso más rápido del que pide una música como esa, misteriosa, apasionada, capaz de herir la sensibilidad más adormecida, inolvidable.

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