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Solistas de la ROSS

Románticos

Dmitrienco, Renshaw, Ireland, Delgado, Ciorata y Natsvlishvili en el Espacio Turina.

Dmitrienco, Renshaw, Ireland, Delgado, Ciorata y Natsvlishvili en el Espacio Turina. / Guillermo Mendo

Un programa largo, pero irresistible, con dos obras incontestables de la música de cámara de dos maestros del siglo XIX en los que la pasión romántica se filtró siempre a través del clasicismo formal. Obras de todos modos con desigual fortuna, pues si el Quinteto de Schubert se cuenta entre las composiciones más admiradas por intérpretes y públicos de cualquier parte del mundo, el Sexteto de Brahms es pieza mucho menos frecuentada, conocida y valorada.

Se escucharon con el segundo violonchelo que ambas partituras incluyen sustituido por un contrabajo, lo que reforzó el ámbito de los graves y creó, especialmente en Schubert, una sensación de dominio por los extremos, con las voces intermedias no siempre tan presentes como sería deseable, y repito que esto resultó especialmente apreciable en el Quinteto schubertiano, en el que Dmitrienco pareció imponer un tono concertante por la impetuosidad de su sonido, que rozó lo agresivo en el arranque de la obra y en algunos otros momentos, como el episodio central del Adagio. Fue una interpretación de tempi rápidos, intensa hasta lo ardoroso, con un empaste no siempre perfecto, lo que potenció la tímbrica individual, desequilibrada (se ha dicho ya) hacia los márgenes. Un Schubert punzante, afilado, que se hizo refulgente en un final decantado hacia el ritmo popular que lo sostiene.

En Brahms el ardor romántico pareció más contenido. La polifonía fluyó más equilibrada, las voces intermedias resultaron más claras (e incluso brillaron de forma muy especial en el Adagio). Fue también una visión intensa, acaso más compacta, pero también más poética, muy especialmente en el singularísimo Scherzo, cuyo tema principal resultó por completo ensoñador, mientras el trío central se llevó toda la carga de la pasión folclórica.

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