La leyenda del tiempo | Crítica de Teatro

Un fruto sin madurar

Una imagen reveladora de la fragilidad del tiempo.

Una imagen reveladora de la fragilidad del tiempo. / Vanessa Rabade

Lorca aparece de nuevo este fin de semana en el centro de la programación teatral sevillana. Esta vez de la mano de dos jóvenes y ya experimentados directores madrileños como son Darío Facal y Carlota Ferrer. Juntos han asumido el reto de afrontar una de las piezas más complejas y enigmáticas de Federico y han tenido la gentileza de venir a estrenarla al Teatro Central, donde el Pavón Kamikaze, uno de sus coproductores, es un invitado habitual.

La leyenda del tiempo es el subtítulo de Así que pasen cinco años, un texto hermoso y hermético a la vez, mezcla de poesía y prosa, que Lorca escribió en 1931, el mismo año en que grabó con La Argentinita las Canciones Populares. Un texto que habla, además del amor y de la muerte, como todos, de la imposibilidad de vivir el presente.

En su acercamiento, Facal y Ferrer han elegido un elenco joven y han respetado el texto original, salvo ligeras podas poco relevantes y el hecho de abrir la función cantando la emblemática escena del Niño y el Gato. Ambos han puesto a su servicio sus nada despreciables habilidades, como el movimiento/danza de todos los actores, coreografiado por Ferrer.

Como imaginamos que sucedería en las Misiones Pedagógicas, todas las escenas tienen lugar en una especie de plataforma. Sobre ella, a su alrededor y por debajo evolucionan los personajes, acumulando imágenes que van desde Catwoman o Coppelia (en la escena del Maniquí y el Joven) a un surrealismo carnavalesco, lleno de música y de animales.

Para evitar un excesivo hermetismo, se subrayan algunas cosas, como el inicio de cada acto y su primera acotación, e incluso se detiene el discurrir de la obra, cuando el Amigo 2º dice que “dentro de cuatro o cinco años existe un pozo en el que caeremos todos”, para recordar que el poeta fue asesinado justo cinco años después.

No ayudan, sin embargo, ni el uso de los micrófonos, que distorsionan voluntariamente las voces, ni la trashumancia –tan actual- de géneros entre los personajes, ni la frecuente uniformización del vestuario.

Funciona bien el hecho de que el Joven, frágil y pálido, sea interpretado por una actriz, aunque ésta tendrá que seguir trabajando –tanto el cuerpo como la voz- para dar solidez al personaje, sin duda uno de los más desagradecidos del dramaturgo. Y es que, en general, a pesar del trabajo de todos, de las decenas de hallazgos y de la riqueza visual del montaje, en nuestra humilde opinión falta organicidad, sustancia dramática en esta Leyenda del tiempo.

Al hilo de las reflexiones temporales, y aunque el personaje del Amigo diga que le gusta comer la fruta verde, la pieza nos parece un fruto cogido antes de llegar a su sazón. A pesar de vivir en el mundo de la inmediatez, cada montaje supone un proceso que las dificultades económicas hacen difícil respetar, llegando a veces al estreno literalmente ‘por los pelos’. Por ello, esperamos y deseamos que, con el tiempo y el rodaje, este fruto pueda madurar y ser gustado por todos.

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