DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

La Traviata. Segundo reparto | Crítica

Segunda traviata: el encanto sigue funcionando

Antoni Lliteres (Alfredo) y Ashley Galvani Bell (Violeta) en el último acto del drama.

Antoni Lliteres (Alfredo) y Ashley Galvani Bell (Violeta) en el último acto del drama. / Guillermo Mendo

Desde el Preludio del Acto I mostró Manuel Busto que tiene ideas propias sobre lo que debe ser una función operística como la que cierra esta temporada maestrante. Tal vez no lograra el estupendo empaste orquestal de Halffter el día del estreno, pero imprimió al drama una viveza teatral extraordinaria y apoyó en todo momento a las voces con unas progresiones dinámicas que le permitieron marcar con intensidad esos momentos en los que la orquesta casi juega como un personaje más: la fiesta, la intensidad del “Amami, Alfredo”, los acentos que marcan los embates del dolor (físico) de Violeta al final... Posiblemente el momento de mayor personalidad de su dirección estuvo en el tercer acto, especialmente por el tempo vivísimo que imprimió al dúo entre Alfredo y Violeta, un tempo que refleja la agitación de ambos personajes, y que quedó magníficamente contrastado con el final de ese mismo acto, cuando el tiempo parece detenerse en el perdón de Violeta.

Ashley Galvani Bell dio auténtica vida a la cortesana del primer acto, con una actuación escénica formidable y un registro agudo brillantísimo y penetrante (remató con el mi bemol agudo impuesto por la tradición que Machaidze había eludido el día del estreno). Marcó bien la evolución del personaje, buscando enfatizar una mayor tersura que acaso no sea la de su timbre. Resultó más conmovedora en las últimas frases de su intervención (en ese “gioia” postrero recordó a la mujer del principio) que en un “Addio del pasato” demasiado contenido.

El balear Antoni Lliteres fue un Alfredo de extraordinaria homogeneidad en toda la función, quizás demasiada. Tiene buenos medios en forma de una voz lírica ancha, muy bien proyectada, un timbre atractivo y un fraseo que resulta cálido y convincente, pero los vaivenes emocionales del personaje no encuentran en sus maneras el contraste intenso que requieren algunas situaciones. Así y todo estuvo especialmente fino en los dúos, tanto con Violeta como con su padre.

El Germont del barítono mexicano Carlos Arámbula encajó bien en la producción, por más que su voz resultara un tanto opaca y no corriera siempre con la fluidez requerida. Fraseó con gusto en su gran aria, aunque en la cabaletta se descontroló un poco, quizá presionado por una batuta acelerada.

Como en el estreno, unos comprimarios más que cumplidores y un coro estupendísimo remataron una función en la que el poder emotivo de la gran obra verdiana, su embrujo inefable, siguió operando sobre un público algo más ruidoso de lo ideal, pero al final por completo entregado. Otra gran noche de ópera en medio de la canícula.

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