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Adiós a Carmen Laffón

'Ut pictura poesis'

  • La de la gran artista sevillana era una pintura musical donde cada pincelada era un acorde, poesía pintada donde cada mancha era un verso encadenado

De la serie 'La sal'.

De la serie 'La sal'. / Claudio del Campo

La relación entre pintura y poesía es uno de los lugares comunes de la cultura occidental. Desde Horacio hasta Lessing los comentaristas de la poesía entienden que ésta aspira a fijar en imágenes perdurables la inconsistencia del tiempo; y la pintura, en su búsqueda esencial, siempre tuvo como horizonte la poesía. Horacio literalmente dice que como la pintura así es la poesía. Y nosotros, delante de la obra de Carmen Laffón, decimos: o viceversa: como la poesía, así puede ser la pintura.

En una imagen de 1971 Carmen Laffón de espaldas conversa con Concha Sánchez Ávalos (Conchita) mientras un absorto Gerardo Delgado mira el mar. La imagen sitúa a Carmen en el ámbito que siempre le fue querido, el de la amistad, las conversaciones sobre arte o música y el paisaje, siempre dentro del encuadre. Son los años de su vuelta de Madrid, del estudio en Mudapelo, de sus perdigueros de Burgos, Bob y Mara, de las conversaciones los domingos y de la pintora diciendo a los niños si querían ver su estudio de pintura. Puente de madera sobre un arroyo, cuadros sin terminar, pinceles, botes de pintura. Ese espacio de intimidad, de reflexión, de meditación, de trabajo se ve, por unos momentos, invadido por las risas, las preguntas, las confidencias a los niños.

En otra imagen que me viene a la memoria de Carmen Laffón, su amigo Jacobo Cortines ha organizado un coloquio sobre Marcel Proust en la Real Academia Sevillanas de Buenas Letras y ella no puede negarse. Se llama Palabra y Redención y estará acompañada de Alberto González Troyano, Víctor Gómez Pin y otros amigos. La sala está llena. Cuando Carmen tiene que hablar de su amor por Proust saca unos folios y se ve que está incómoda, como si antes de empezar ya quisiera estar fuera de la sala. Al tener que hablar en público ante tanta gente se ve fuera de su elemento. Ella es tímida y sólo es feliz en las distancias cortas, en la amabilidad, en la inteligencia de sus ojos chispeantes, hablando bajo, casi susurrando. Como su leal amigo José Soto, con quien compartió estudio muchos años.

En la última imagen, Carmen Laffón se pasea por las salas de la exposición La Sal, en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. La vemos de nuevo feliz, fundida con su elemento, el paisaje de las salinas con un blanco que es luz, con unos matices de azul que hacen de los blancos de Carmen Laffón un color nuevo imposible de identificar en la escala de los Pantone. Blanco Laffón.

Siempre en el límite entre figuración y abstracción, en la última etapa de su obra sus cuadros parecen salir de una reflexión sobre el Cuadrado blanco sobre fondo blanco (1918) de Kasimir Malevich, mientras mira absorta las salinas. Pintura musical donde cada pincelada es un acorde. Poesía pintada donde cada mancha es un verso encadenado. Pintura esencial que traspasa el alma y la eleva, más allá de la contemplación, hacia su propio centro.

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