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S 62° 58’, W 60° 39’ (62 grados 58 minutos Sur, 60 grados 39 minutos Oeste) | Crítica de teatro

Vacío en el paraíso

Romeu Runa en un momento de la obra

Romeu Runa en un momento de la obra / Olympe Tits

La apertura de temporada del Teatro Central tuvo ambiente de otros tiempos. El todo Sevilla se dio cita en el coso de la Isla de la Cartuja. El reclamo estaba a la altura, la compañía belga Peeping Tom, viejos y respetados conocidos de nuestra ciudad. Las expectativas empezaron a cumplirse cuando la maquinaria de la escenografía creada por Justine Bougerol y la propia compañía empezó a moverse. Un barco varado entre hielos, en la posición que marca el título, en el océano Ártico. Nadie sabe cómo han acabado allí. Un grupo de personas sufren las inclemencias del frío y del viento hasta que descubrimos que se trata de una ficción. Están rodando una película (o ensayando una obra de teatro) y una voz en off, la del  director, interactúa con los intérpretes.

El hiperrealismo oscuro del que siempre ha hecho gala Peeping Tom se pone de manifiesto. El extremeño Chey Jurado empieza a dar muestras de su destreza como bailarín de hip hop, ahora ya totalmente convertido en maestro, y demuestra un dominio espectacular fingiendo que pesca al son de la música de un violín. Van surgiendo alguno de los temas recurrentes de la compañía belga: los relativos la familia, en este caso la pérdida de un hijo. La cuarta pared se rompe y la magia del arte  da paso a la realidad. Surgen las dudas de los actores y entramos de lleno en una apuesta metateatral. Es aquí cuando la obra empieza a perder interés. La crisis de creación, la necesidad de un receso en el proceso del grupo, “me he quedado sin ideas” dice el director acaba reduciendo la propuesta a un vacío existencial que resulta ya demasiado trillado y visitado.

Sin embargo, la preparación física e interpretativa de sus miembros hace que aunque la obra vaya sin rumbo seamos testigos de momentos sublimes como las tres violaciones protagonizadas por Marie Gyselbrecht que son, sencillamente, espectaculares. La escena se repite, primero con el actor masculino, luego la interpreta ella sola (sorprendente) y por último solo se escucha el diálogo.

Franck Chartier presenta dos finales: el coral y el protagonizado por Romeu Runa en una suerte de despelotamiento físico y mental. Exceso de ombliguismo con maravillosa ejecución técnica y artística.

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