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BERNA PERLES & CARLOS ÁLVAREZ | CRÍTICA

Y allí se pararon los pulsos

Berna Perles y Carlos Álvarez

Berna Perles y Carlos Álvarez / DS

Empecemos por el final. Ya fuera de programa los dos cantantes, que habían desarrollado todo un muestrario de música española (canción de concierto y zarzuela), ofrecieron de regalo dos muestras de algo tan español como la copla. No cualquier copla, claro, sino Y sin embargo te quiero, de Quintero, León y Quiroga, y Ojos verdes, de Quiroga, León y Valverde. Y allí se paró el tiempo y allí se posó sobre el teatro el pellizco de la emoción que recorre la piel y encoje la garganta. No hizo falta ser aficionado a la copla para conmoverse ante el desgarro contenido y el temblor emotivo con el que Berna Perles acometió la primera de las propinas. A la antigua, como la cantantes de hace un siglo, con dignidad y seriedad, sin aspavientos, pero con hondura, con los sonidos negros del faraón. Y, tras ella, la lorquiana canción de la mancebía en boca de uno de los cantantes de fraseo más noble, perfectamente hilado e infinitamente graduado del panorama actual, un Carlos Álvarez en plenitud de facultades que sacó a relucir su dominio de los reguladores y su capacidad para abrir y cerrar el sonido a voluntad en busca de la expresividad apropiada. Y como colaborador necesario un Rubén Fernández que estuvo toda la noche atento a sus cantantes, cantando y respirando con ellos, esperándolos y tejiendo acompañamientos muy imaginativos llenos de matices y de colores. Esos colores con los que pintó las canciones de Turina buscando más el substrato francés de su obra que la hojarasca folclorista con la que a menudo se emborrona su música. Perles bordó esas canciones, como Álvarez hizo con las no menos bellas de Ortega.

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