Andrés Marín, mirar al otro para ser uno

Recto y solo | Crítica de flamenco

Como hiciera Vicente Escudero, Andrés Marín baila y canta en su especáculo 'Recto y solo',
Como hiciera Vicente Escudero, Andrés Marín baila y canta en su especáculo 'Recto y solo', / Manu Suá

La ficha

*** ‘Recto y solo’. Festival Internacional de Danza de Itálica. Coreografía e interpretación: Andrés Marín. Guitarra: Pedro Barragán. Creación de luces: Benito Jiménez. Atavío: José Miguel Pereñíguez. Textos: Vicente Escudero. Lugar: Cortijo de Cuarto. Fecha: Martes 3 de junio. Aforo: Lleno.

Con una buena parte de su espectáculo Lucía en vivo, abrió La Piñona al atardecer, en el Cortijo de Cuarto la velada inaugural del Festival de Itálica. Una bailaora grande y poderosa que nos dejó una buena muestra de su baile, preciso y contemporáneo sin perder nunca la flamencura, e incluso se atrevió a cantar un tema de María Jiménez, sin hacer sombra a Manuel Pajares, que la acompañó magníficamente junto a Ramón Amador, Juanfe Pérez y Javier Rabadán.

Mas tarde, en el patio central del Cortijo, el público tomaba asiento con el más célebre de los tanguillos de Cádiz de fondo en la voz de Vicente Escudero, el singular bailaor vallisoletano al que Andrés Marín dedica este trabajo.

La figura de Escudero, efectivamente, es una referencia constante y lejana al mismo tiempo, desde el típico sombrero con que Marín aparece en el escenario hasta las imágenes desvaídas que se proyectan y que muestran la cara del bailaor, sus zapateados y las esculturas -probablemente de Berruguete- que inspiraron muchos de sus gestos y, sobre todo, sus estilizados dibujos sobre el movimiento.

Sin embargo, como él mismo ha afirmado, Marín se mira en Escudero para realizar un ejercicio de introspección y analizar su propio baile y su propia filosofía. Él se sabe un bailaor diferente, naturalmente transgresor, bastante irracional y amante de la abstracción. Es también un bailaor extraordinario y con una técnica apabullante y aquí lo vuelve a demostrar.

Como hiciera Escudero con sus zapateados a partir de la zarabanda u otras danzas, Marín parte de su propio bagaje para regalarnos unos limpísimos y musicales zapateados, porque el bailaor lleva la música en los genes y lo demuestra, tanto en el silencio como acompañado de Pedro Barragán, guitarrista de una enorme sensibilidad. Pero Andrés Marín no es solo un bailaor de pies. Dibuja con sus brazos y sus ángulos imposibles, busca el suelo, se arrodilla, nos muestra su entrenamiento sobre una silla y, bailaor del siglo XXI, en lugar de bailar sobre las tapas de las alcantarillas, se marca un dúo con una rumba barredora.

Hay muchas referencias en el espectáculo. A la época de Escudero, a las vanguardias que vivió en París, al cine mudo -sale con los labios pintados de negro- e incluso a su familia. Y no cantiñea como otras veces, sino que canta por derecho. Sentado en una mecedora o incluso bailando -porque puede- se canta una malagueña y mucho más, porque el cante también forma parte de su arte.

Referencias, fragmentos de diferentes ritmos… Un montón de escenas cuyo hilo se nos escapa hacen de Recto y solo un trabajo altamente sugestivo y a la vez algo hermético. Una pieza que exige concentración para disfrutarlo en toda su riqueza y que anoche no llegó a redondearse, en nuestra opinión, porque parece estar hecho para un espacio más cerrado y alejado de toda distracción.

A pesar del mimo del festival, factores como la luna creciente, la adaptación al espacio de una arriesgada iluminación, el que no se leyeran los textos proyectados, o incluso el frío inusual que nos fue invadiendo en la grada, impidieron que reinase la emoción y que nos traspasara como debía el impactante sonido que Marín buscó al final con sus manos en la tierra.

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