Siempre nos quedará Beethoven

¡Qué duro se hace creer en estos tiempos en el mensaje que nos transmiten las dos obras de este concierto! “Paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres”, dicen los versos de Conrad Ferdinand Meyer en la obra de Schoenberg. “Todos los hombres serán hermanos”, escribe Schiller. No es fácil creer en esas palabras a la luz de los acontecimientos que suceden día tras día, noticia tras noticia. Pero siempre nos quedará el efímero consuelo de escuchar estas músicas y creer por un momento que la Paz y la Alegría son posibles.

Soberbias versiones las firmada por García Calvo. Si bien el coro arrancó la obra de Schoenberg con cierta indefinición de sonido, pronto enderezó y completó una versión a capella llena de matices y de colorido, con unos bajos contundentes y fraseo dramático.

La Novena por excelencia sonó en manos de García Calvo con todo el dramatismo y toda la fuerza interior que atesora, gracias a una dirección atenta a la acuciante acentuación, agónica por momentos, del primer movimiento; a la carga volcánica pero también la claridad del segundo (bellas y nítidas frases de las maderas) y a un lirismo llevado a buen tempo y con variedad de acentuaciones y regulaciones dinámicas en el tercero. Bella y poderosa voz la de López, muy lírica y timbrada la de Hernández; chillona la soprano e inaudible la mezzo. La manera de atacar en piano en las cuerdas el tema de la Alegría para irlo haciendo crecer paulatinamente demuestra una mano con gran capacidad de matización y de enorme sentido de la carga expresiva del sonido. Beethoven no se lo pone fácil al coro, pero la interpretación coral brilló al más alto nivel.