Coronavirus | La cultura reanuda su actividad

El Bellas Artes se reencuentra con su ciudad

  • La pinacoteca reabre en una jornada tranquila donde la 'nueva normalidad' impone otros recorridos

El San Jerónimo Penitente de Pietro Torrigiano, una de las primeras obras maestras que se encuentra quien se adentra en el Bellas Artes de Sevilla, sigue aferrado a su piedra y mantiene su gesto atormentado, pero el espectador imagina que esa extraordinaria escultura, si sintiera más allá del barro cocido del que está hecha, respiraría aliviada. Fechada en 1525 y concebida por el artista florentino para el Monasterio de San Jerónimo de Buenavista, la pieza llegó al antiguo Convento de la Merced tras la Desamortización, en 1840, y desde entonces ha sido testigo privilegiado de todo cuanto ocurre entre sus muros. Hoy, al fin, tras unas semanas extrañas, se abrían las puertas del museo tras el confinamiento al que ha obligado el coronavirus. Otros espacios dependientes de la Junta de Andalucía, como el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) y el C3A de Córdoba, se reencontraron con su público a finales de mayo, pero el desmontaje de la exposición dedicada a Martínez Montañés tenía cerrada la pinacoteca y había retrasado las visitas.

San Jerónimo podría observar que la nueva normalidad trae consigo otros modos de contemplar el arte: ahora la visita se realiza en un solo sentido, evitando retornos y en lo posible cruces con otros visitantes, y resulta obligatorio que la gente lleve mascarilla, hay que lavarse las manos con hidrogel, y los grupos, que no pueden exceder de diez personas, deben hacer una reserva si suman al menos seis integrantes en la web del museo.

Han sido tres meses y medio de extrañeza los que ha vivido el museo con sus puertas cerradas, con sus personajes inmersos en un extraño limbo como esas ánimas del purgatorio que retrató Alonso Cano y que forman parte del catálogo del Bellas Artes. ¿Qué es un cuadro si no tiene frente a él quien lo celebre? ¿A quién han mirado en este tiempo esos protagonistas de tantas pinturas que dirigen sus ojos al otro lado? Don Cristóbal Suárez de Ribera, inmortalizado por Velázquez, buscaba estas semanas a un espectador que no existía. El Santiago Apóstol de José de Ribera no ha tenido con quién presumir de su sobria y conmovedora elegancia. ¿Qué versos le inspiran a Gustavo Adolfo Bécquer, pintado por su hermano Valeriano, este desamparo? Y ese niño que casi escapa de la composición de la Virgen de la servilleta de Murillo no ha tenido con quién jugar.

Durante la mañana eran aún pocos los visitantes que se acercaban al museo: el reencuentro con la ciudad era tranquilo. En la Sala V, una de las más impresionantes del conjunto, donde la consejera de Cultura y Patrimonio Histórico Patricia del Pozo posó para los medios, hay un aforo de 70 personas. Bienvenidas sean: uno imagina que en este confinamiento la soberbia Apoteosis de Santo Tomás de Aquino de Zurbarán o la Inmaculada Colosal y el Jubileo de la Porciúncula de Murillo se sentían pequeñas e insignificantes sin nadie que admirara su grandeza, mientras Santa Justa y Rufina se preocupaban por la ciudad de la que son patronas. 

Los vigilantes controlaban en las primeras horas que se siguiera el orden trazado. "Ya no podemos hacer zigzag como hemos hecho siempre", advertía una de las trabajadoras del museo. Pese a las nuevas maneras, el recorrido por el Bellas Artes conmueve de la misma forma, aunque quizás el coronavirus propicie nuevas lecturas de las obras. Qué reparadora la bendición de la Virgen de las Cuevas de Zurbarán, qué exótica la aglomeración de Las cigarreras de Gonzalo Bilbao en tiempos de teletrabajo y distancia social, qué lejana aquella Sevilla en fiestas de Gustavo Bacarisas.     

 

   

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